«Para Juan Mary de su amigo Carlos Márquez». Así de escueta era la dedicatoria de mi amigo Márquez. Me la hacía en la contraportada de un single de Umberto Tozzi, un vinilo que me regaló en las Navidades de hace mil años. Un tesoro que por supuesto, aún conservo y que hoy reescucho emocionado mientras les escribo. Lo editó en 1978 EPIC, sello desaparecido de la multinacional CBS, lo que hoy es Sony. Las canciones incluidas en aquel sencillo eran «Tú» y «Perdiendo a Ana», que Tozzi había compuesto a medias con el productor Giancarlo Bigazzi, tristemente desaparecido, lo mismo que el arreglista Franco Monaldi.
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Este curso se anunciaba el cierre del colegio donde conocí a Carlos Márquez. O al menos el cierre de su actividad académica por falta de alumnado. Solamente 13 solicitaron el ingreso el pasado año. Me refiero al Seminario Diocesano de Ciudad Rodrigo. A finales de los setenta, éramos una tropa más que considerable. Tanta como chavales corríamos por los pueblos de los alrededores como indios y pistoleros y cuyos padres albergaban la esperanza de que sus hijos extendieran las alas fuera del miserable futuro que se les presentaba en las deprimidas zonas rurales.
Mi amigo Carlos Márquez venía de San Martín de Trevejo, un precioso pueblo de la sierra de Gata, situado en el mismo valle, a los pies del monte Jálama. Carlos se volvió al pueblo y hoy trabaja en el mismo ayuntamiento de San Martín, desde el que también defiende a cara de perro el uso del Mañegu, como dialecto propio y autóctono de la zona.
Pero a lo que iba. Ha pasado casi medio siglo de aquel regalo que me hizo un buen amigo aquellas Navidades y casi todo alrededor, como les decía, ha desaparecido: el sello que editó aquel disco, la discográfica, la dirección en que estaba ubicada aquella discográfica (Avenida del Generalísimo, 25), el productor de aquel disco, el arreglista, los maestros que tuvimos en el colegio, los curas riñéndonos por los pasillos, la actividad académica en el lugar.
Sin embargo, ahí se ha quedado para siempre aquel regalo. La bendita música que escucho sin cansarme y que me ha acompañado todos estos años, tanto en los momentos buenos como en los malos, sin perder la capacidad de emocionarme y de trasladarme en el tiempo a aquel preciso momento en que mi amigo me regaló este tesoro.
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