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Despertábamos ayer con la noticia de la muerte del gran Mario Vargas Llosa y resulta curioso comprobar cómo buena parte del personal se va posicionando en la valoración de su valiosa y trascendental obra, simplemente dejándose llevar por la simpatía o antipatía hacia la persona. O hacia el personaje que ellos mismos han creado.
Casi siempre se trata de supuestos damnificados por su eventual compromiso político, un compromiso que Vargas Llosa nunca tuvo inconveniente en ventilar en público y que fue virando desde su afección al comunismo a su defensa más conservadora del liberalismo durante sus últimos años y en el que también ejerció como candidato a presidente en su país. O por alergia a sus particulares e íntimos episodios de su vida personal y sentimental, sin duda tan singulares como esa sorprendente entrada triunfal en la trivial y frívola prensa del corazón de la mano de alguien tan aparentemente alejado de la alta literatura y la intelectualidad como la señora Preysler.
A resultas de ello, lo primero que leo nada más despertarme y asomarme a ver que se cuece en el mundanal ruido es un tuit en la red social de X del cantante y compositor Álex de la Nuez, el autor de aquel fugaz y petardísimo estribillo que a finales de los ochenta del siglo pasado entonaba mi adorada Cristina Rosenvinge titulado «Chas y aparezco a tu lado», escribiendo: «Leí Pantaleón con 15 años. Siempre me entristece una pérdida. Pero no me gustó nunca».
Por cierto, cuánto daño hacen en los alumnos más perezosos algunas lecturas obligatorias en los colegios.
Vivimos en un país tremendamente cenutrio e inculto, en el que por lo visto finalmente pesan infinitamente más las pueriles circunstancias personales que el monumental legado de una obra única y genial, dinámica y coloquial, comprometida y hermosa, que por mucho que pese a algunos nos sobrevivirá a todos y seguirá presente acompañando, enriqueciendo y abriendo las mentes de futuras generaciones, con sus memorables historias.
Dan por tanto bastante pena todos aquellos incapaces de separar las cualidades de una determinada persona, con las cualidades de una obra y que deciden apartarse de la segunda perdiéndose obras maestras tan maravillosas como «La ciudad y los perros», «Conversación en La Catedral», «La tía Julia y el escribidor», «La Fiesta del Chivo» o «El sueño Celta». Como también dan grima esos cuatro listos que estos días se retratan alabando o menospreciando las virtudes del autor según lo sientan o no, como uno de los suyos.
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