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Sería maravilloso que yo hoy pudiera escribir sin que nadie crea que me confundí de periódico, sin que nadie me ponga a parir y sin que nadie abandone inmediatamente la lectura de mi columna, que estoy encantadísimo de que Sánchez haya decidido seguir. Y que me gustaría que siguiera muchos años más argumentando porque me parece que lo hace lo mejor que puede o al menos mucho mejor de lo que lo hacen sus adversarios políticos allí donde pueden decidir.

Y hasta sería maravilloso que pudiese escribir todo lo contrario sin que nadie pensara que me he vuelto loco de remate o que no tengo puñetera idea antes de pasar página en busca de otro articulista que crea más inteligente o sepa mejor dorarle la píldora. Es decir, que de pronto escribiese que me parecería de perlas que Sánchez se pirase y que convocaran nuevas elecciones como soñó estos últimos cinco días el señor Feijóo.

Pero me cuesta creer que en cualquiera de los dos supuestos, todo el mundo aceptara alegremente mis zambullidas en el charco de la opinión sin que a algún lector le suba la tensión o se le vuelva amargo el café del desayuno que se toma mientras hojea el periódico.

Sucede sin embargo desde hace algún tiempo que ya no solo los políticos de uno y otro bando, sino todos nosotros, contagiados de la mala educación de una buena tropa de ellos, de su necesidad de perpetuarse o encaramarse al poder, hemos ido perdiendo la capacidad para ser tolerantes y admitir cualquier opinión distinta a la nuestra, algo que por definición parece incompatible con lo que se supone que es una democracia.

Tiene razón el presidente cuando sugiere que aquel contraste de ideas que nos enriquecía, el bendito debate civilizado de criterios contrapuestos, se fue por el desagüe y el panorama que se presenta es un triste paisaje presidido por un par de trincheras en las que nos hemos ido alineando y desde el cual asomamos armados con un fusil disparando a la cocorota de los de enfrente los insultos, bulos, menosprecios, inexactitudes y demás munición putrefacta a mano.

Sánchez se ha tomado cinco días para reflexionar si le merecía la pena seguir o apearse. Tomémonos nosotros la mitad, para detectar de dónde proviene la crispación, el veneno y el lodo que nos mancha y pinta enemigos donde solo hay gente maja con una opinión diferente a la nuestra. Algo avanzaremos.

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lagacetadesalamanca La tolerancia