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Solía decir el antropólogo Julio Caro Baroja a propósito de la lucha entre las dos Españas que hay un asunto que nos unifica y nos define sin excepciones culturales o pragmáticas tanto a la izquierda y su redundante catastrofismo del dolor español como a la derecha desde su castiza reivindicación de los rasgos más geniales: la chapuza. Lo corroboraba también, el genial y añorado escritor y periodista Juan Cueto asegurando: «Somos chapuzas por decadentes y apocalípticos y también lo somos por la alegre inconsciencia irracional del vamos Rafa. Los somos por tristes y por cojones. Por intelectuales apesadumbrados y por cuñados entusiastas».
No me extrañaría nada en absoluto que al abrigo de estas curiosas teorías, hubieran estado trabajando los organizadores de la conocida como La Cabalgaza navideña que el pasado viernes recorría nuestras calles y avenidas intentando hacer las delicias de pequeños y mayores.
Pienso que siendo conscientes de que a la misma le faltaba un indispensable elemento de españolidad entre tanta escenografía y tradición intrusa y foránea, se empeñaron en introducir finalmente en el espectáculo algo tan genuino y españolísimo como la chapuza. Recordemos que ya no sólo es que estemos colaborando para que el hollywoodiense Papá Noel le vaya comiendo terreno a nuestros Reyes Magos como principales portadores de presentes y regalos sino que también este año le acompañaban en la comitiva 350 personajes vestidos como los habitantes de Laponia.
Así que sin duda, esto podría explicar perfectamente que contra todo pronóstico, y las leyes de la física, los organizadores contemplasen como ideal el paso de La Cabalgaza por la calle Azafranal, por donde algunas de las carrozas no entraban ni por casualidad. ¿Se acuerdan de aquellos trenes recién construidos en la flota de Cantabria y Asturias que no cabían por los túneles? Pues la mismita idea.
Ninguna imagen más definitoria de la chapuza tan española según el antropólogo como la vivida en el transcurso de La Cabalgaza del pasado viernes difundida por las redes sociales en la que un voluntarioso e irresponsable espontáneo con unos zancos armado con un cepillo se encarama a una carroza e intenta levantar las instalaciones eléctricas que cruzan el ancho de la calle para que de esa forma pudiera pasar por debajo la carroza del árbol de Navidad gigante que se había quedado atascado con las mismas por sobrepasar con la altura, mientras la gente escapa para que la instalación no le pudiera caer encima. Asunto arreglado.
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