La otra tarde, después de despotricar un poco contra el impresentable marido de la ciudadana Begoña Gómez, se acercó con su mujer a hacer las compras navideñas y de pronto en pleno supermercado y al ver lo mucho que habían subido los precios, sufrió lo que pudiera ser un desmayo, lipotimia o soponcio. Eso según quien fuera el cliente que testimoniase sobre lo ocurrido y su particular querencia a la hora de elegir el léxico más preciso o el vocabulario más idóneo para el caso. De hecho, también hubo quien se refirió al mal que lo tumbó al suelo como un posible mareo, desvanecimiento, vahído, síncope o incluso colapso.
Publicidad
Concretamente el pobre hombre se derrumbó en la sección de charcutería, mirando el precio de los embutidos, justo después de pasar por la pescadería y la carnicería donde ya había comenzado a sentir mucho malestar como si por momentos y al contemplar los distintos guarismos especificados de las etiquetas de los precios (es necesario aclarar que todos por las nubes), comenzase a asaltarle cierta flojedad en piernas, zumbidos en los oídos, sudoración, un peso incomodísimo en el estómago y hasta pérdida del equilibrio.
Su mujer, con el susto todavía metido en el cuerpo, le aclaraba a los sanitarios desplazados inmediatamente al lugar tras la correspondiente llamada por teléfono que muy específicamente le había visto ya mala cara cuando estaban chequeando tranquilamente el precio de los langostinos, del lenguado y del atún rojo, caprichos que él tenía apuntados en la lista de la compra para la ingesta de las próximas fiestas. Y para más detalles, la carnicera aseguraba que más bien ella lo había visto tremendamente pálido tras preguntar por el importe del lechazo, el cabrito y sobre todo el cochinillo, un testimonio que por cierto corroboraron varios clientes que esperaban en la cola tras el matrimonio para ser debidamente atendidos.
El caso es que ahí estaba el buen hombre tendido cuan largo y ancho era, sobre las frías baldosas del supermercado, mientras por megafonía sonaba eso de mira cómo beben los peces en el río y los enfermeros intentaban simplemente afanarse en tomarle el pulso y la tensión que por cierto la tenía por las nubes como el mismo precio del chuletón de buey, como aclaró inmediatamente una clienta que pasaba por allí con un carro atestado hasta arriba de polvorones, turrón, almendras garrapiñadas, mazapanes y una estimable colección de chocolates en forma de papás noeles. En fin, golosos que son algunos.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.