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Andan ciertos ayuntamientos de la provincia empleándose a fondo en una dura carrera por ver cuál de ellos coloca más bombillas de cara a las próximas Navidades y cuál de ellos es capaz de gastarse más pasta gansa de los contribuyentes en iluminar con más cantidad de watios todos los rincones de sus localidades, incluso de esos míseros barrios de las afueras por los que adentrarse el resto del año pareciera acercarse a la boca del lobo por la falta de la más básica farola.
De momento ha tomado la delantera el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo con unos 32.000 euros del ala, adelantando por la derecha al de Béjar que había anunciado que disponía de 14.000 y convirtiendo en pura calderilla lo barajado por municipios como Cabrerizos que había apartado para este menester unos 4.392 euritos. No se descarta, sin embargo, que en unos días comparezca alguno de esos municipios tapados ofreciendo el doble de bombillas para mostrar la gran elasticidad de su músculo financiero.
Cuando era pequeño, los pueblos de nuestra provincia competían entre sí por ver cuál de ellos ofrecía verbenas más espléndidas. Si un pueblo contrataba, por ejemplo, a Los Chupaligas, una entrañable familia de honrados y eficaces músicos, el alcalde del de al lado anunciaba inmediatamente que acababa de contratar a la más cara del circuito por detrás de Panorama que no estaba disponible y que solo contando el cuerpo de las bailarinas se ponía en veinticuatro componentes. Daba exactamente igual si quedaban temblando las arcas municipales. La batalla estaba ganada y el orgullo a salvo. Ahora todas las orquestas utilizan playback y sonidos programados, es decir, suenan exactamente igual y ha perdido mucho interés aquella bonita competencia que había entre los ayuntamientos por obnubilar con mucho baile.
Así que la competencia se centra en cegar al personal con la iluminación navideña más espectacular de los contornos. Exhibir toda una parafernalia de luces de todos los colores y potencias que nos deje bien deslumbrados y que, como aseguran, nos empujen en manada hacia los comercios a comprar y consumir sin tino incentivando los negocios locales.
Lo que no tenemos muy claro en esta historia de excesos presupuestarios e incentivos al consumismo más bestia es dónde queda realmente el verdadero y auténtico espíritu navideño, es decir, la celebración del natalicio de aquel angelical niño al que llamaban el Rey de los pobres y que nació en un pesebre apenas iluminado por una simple estrella.
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