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Advertía al gobierno esta pasada semana el líder de Vox, Santiago Abascal, en un mitin celebrado en Murcia, que no se atreva a dar ni un paso más. De lo contrario, él ya no se quedará quieto. Responderá con contundencia, prometía. Y por si no quedase clara la amenaza, en la misma bravata lanzada en las pacíficas tierras del gran Carlos Alcaraz, aclaraba con la chulería del boxeador curtido atizándole golpes al saco: «Nos van a encontrar enfrente, físicamente si es necesario». Así de crecidos, bravucones y agresivos están los ultras en esta escena política que se nos abre como ha quedado tristemente demostrado tras las elecciones europeas.
Abascal en concreto ya no se aguanta las ganas de batirse en duelo con Sánchez como esos caballeros de la Edad Media, por la que siente tanta nostalgia. Aunque siempre rodeado de guardaespaldas y fieles escuderos (así le vimos hace unos meses en nuestra plaza), creyéndose el señor de los Siete Reinos en Juego de Tronos ha decidido dejar de andarse por las ramas. De hecho, en el mismo panegírico de apología a la violencia al que me refiero, acusaba a sus socios del PP de «no tener sangre en las venas». Claro, Ayuso, por ejemplo, se conforma con insultar. A Abascal, no sólo le sobra sangre sino que le está hirviendo y lo que le pide el cuerpo ya es partirle de una vez la cara al presidente. O a quien se ponga por delante y le contradiga.
Contradecir a Abascal a estas alturas ya todos sabemos lo que es. Si no bastase con la lectura de cualquiera de los folletos que nos han repartido estos días con sus delirios de grandeza y sus odios más viscerales con motivo de las elecciones europeas, esa foto que compartía orgulloso días atrás dorándole la píldora a Netanyahu, el responsable directo de la masacre indiscriminada de más de 35.000 personas en Gaza (más de la mitad de ellos niños), nos lo aclara con obscena claridad.
Lo terrible del momento que vivimos actualmente es que nos parecía que los matones habían quedado hace tiempo desterrados de nuestras vidas, que estaban solos, aislados y desactivados ante el rechazo que provocan sus amenazas y su habitual manera de querer imponer sus ideas a garrotazos por encima del convencimiento, los argumentos, la educación o la cultura. Como para pedirle respeto desde nuestra querida universidad de Salamanca. En fin, ya lo ven, vana esperanza.
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