Bailaba Sánchez abrazado a Puigdemont y Feijóo a Abascal en la pista central de un antro de Ciudad Rodrigo estos pasados carnavales. Los clientes observábamos alucinados las maniobras coreográficas de las dos parejas, intentando desentrañar las extrañas volteretas ejecutadas torpemente por los envarados bailarines.
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Eran parejas de baile que parecían no haberse elegido libremente empujados por sus naturales inclinaciones y pretensiones amorosas, sino obligadas a echarse en los brazos de sus extraños compañeros de danza y ponerse a gambetear hipócritamente de mala gana de cara a la galería exigidos por las necesidades del concurso: conseguir alzarse con el trofeo que les acreditaría como los mejores y más desenvueltos bailarines.
Sánchez y Feijóo trataban de convencernos de que eran ellos quienes marcaban el paso de sus respectivas parejas, los ultranacionalistas de uno y otro extremo a los que se habían pegado como lapas. Sin embargo, de lejos se percibía que solo iban de farol y que no eran ellos los que controlaban la movida. En realidad, se advertía claramente cómo sus compañeros de baile más radicales, los arrastraban humillándolos como a pobres marionetas hacia un lado y otro de la pista justo por donde ellos habían decidido que transcurriese la fiesta.
Abrazados a sus partenaires y sin mucho disimulo, Puigdemont y Abascal se lanzaban guiños de complicidad, compitiendo entre sí por ver cuál de ellos disfrutaba más empujando, remolcando y pisoteando a sus parejas, controlando en todo momento cualquier tipo de maniobra y sabiendo que ellos eran los auténticos reyes del mambo siguiendo los movimientos que les inspiraba la patriótica banda sonora que les habían enchufado desde la cabina del Dj. Los cuerpos que sostenían cada uno de los dos ultras parecían auténticos peleles, cada vez más mareados siendo sometidos ciegamente a los giros y rotaciones de sus compañeros.
Me fui antes de saber qué pareja de las dos aguantaría más tiempo y terminaría imponiéndose, si la de la izquierda que ocupa el centro de la pista o la de la derecha que se movía por los aledaños de la misma recorriendo esas zonas autonómicas y limítrofes desde las que trataban de dinamitar la labor de sus contrincantes del centro.
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Lo cierto es que para entonces, ya los espectadores, incluso aquellos que parecían más fanáticos de una y otra pareja, comenzaban a impacientarse y abandonar aquel cutre espectáculo que comenzó divirtiéndoles pero que a esas alturas de la noche ya les resultaba repetitivo, absurdo, estéril y aburrido.
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