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El pasado verano recibí un audio por whatssapp de un amigo. «Necesito una canción para lanzarla inmediatamente al salir del programa y petarlo -me contaba a toda velocidad disparando las frases como una auténtica ametralladora-. Quiero contar contigo, pisha, porque tú siempre has estado ahí y quiero que seas tú quien me la escriba. Necesito algo alegre como la que me hiciste de «Me gusta» o «Pecas de chocolate», pero contando todo lo que me ha ocurrido en el programa. Cómo me la ha jugado esta muchacha. Te lo juro, hasta ahora era yo el que vacilaba a las tías pero esta me ha destrozado por completo aunque ya estoy saliendo del agujero».
Conocí a Montoya hace algunos años por una llamada de su padre, un excelente compositor y guitarrista que en su día me llamó necesitado de letras para sus canciones. Hicimos canciones divertidísimas y un poco intrascendentes que luego Jose estrenaba en algún programa de televisión tan insospechado e inadecuado para la música como »El Chiringuito» o lo que es peor: en alguno de esos concursos de telerrealidad que comenzó a frecuentar donde se rodeaba de esculturales damas, que a veces no sabían ni una palabra de español, pero a las que Montoya les cantaba el oído en un cortejo muy parecido al que Landa y Sacristán le aplicaban a las suecas en aquel cine español de los setenta rodado en La Costa del Sol. Nunca vi ninguno de estos programas, pero Montoya me enviaba pequeños vídeos donde interpretaba aquellas letritas de mi autoría y que él hacia pasar por propias.
Desafortunadamente, entretenido con proyectos un poco más reflexivos y literarios, en esta ocasión no le hice mucho caso. Nunca le escribí la letra hortera y lacrimógena que me pidió y que me aseguraba que sería un pelotazo a su salida de la Isla de Tentaciones. «Juan Mari, no quiero meterte prisa, pero no te olvides de mi canción» fue el último mensaje que me llegó de mi amigo Montoya justo un par de meses antes de convirtiese en el nuevo rey de la televisión: ese personaje del que todo el mundo habla y hace memes mientras corre desbocado por la playa.
Ahora es tarde. Lo veo en las redes rodeado de los más famosos, astutos y oportunistas productores del momento anunciando sonriente ese pelotazo que se viene. Con lo que me hubiera gustado escribir el hit del próximo verano y retirarme a descansar. Qué curiosa la vida.
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