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El único espacio de democracia y libertad que nos va quedando se reduce prácticamente al voto, suponiendo, que es mucho suponer, que muchos electores acudan a las urnas en pleno uso de sus facultades (¡psicotécnicos a las puertas de los colegios electorales, ya!), aunque lo más fácil es que lo hagan teledirigidos por el basurero político creado por Moncloa para destruir el Estado constitucional del 78, tanto su espíritu como su papel, cada vez más mojado, cada vez más prostituido. Estamos metidos de lleno en una revolución levantada por auténticos canallas de izquierdas y populistas, y mientras no seamos conscientes de esto, mientras la derecha no lo sea y no tenga el valor de hacerle frente, estamos jodidos.

Los enemigos del Estado van ganando, advierto en el desierto. Los terroristas, esos hijos de la gran puta blanqueados por el «nuevo» Estado, van ganando, advierto en el desierto. Como imagino que Cayetana Álvarez de Toledo -por citar al único elemento de cordura política que reconozco en el panorama-, me siento una víctima del terror absoluto; una víctima comida por los gusanos de ETA, del independentismo y por los propios de una política de radicales que sólo busca someternos. Cuba, aquí; Venezuela, aquí; México, aquí. Sí, ríanse, ríanse… Las revoluciones ahora no se ganan con barba y fusiles, se ganan anulándonos, arruinándonos, haciéndonos adictos a sus migajas, a sus entradas de cine.

Nos toca votar de nuevo y de nuevo votaré, no me queda otra para seguir creyendo, votaré entre lágrimas y vómitos, la pena y la rabia. Réquiem por una democracia apaleada, laminada por el odio y la incompetencia. «La democracia soy yo» nos arenga cada día Pedro Sánchez, y ya nos parece lo normal en una sociedad de muertos vivientes, la sociedad soñada de los socialistas. El parásito al poder…

… Y se escandalizan ahora porque los terroristas se presentan a las elecciones, cuando lo llevan haciendo… ¡años! Yo sí tengo memoria: de un pueblecito vasco al Parlamento español, los hijos de la gran puta y sus amigos campan a sus anchas por las instituciones mientras sus muertos gritan al silencio y al olvido. Y yo con ellos, pues cada tiro en la nuca de ETA, fue un tiro en mi nuca, profundo, hasta dejarme «ausente», como Christopher Walken en «El cazador» (gracias Michael Cimino por tanto). Votaré pero no me convenceréis. Votaré, sí, por mis principios, por Salamanca, y por mi amigo del cole, Carlos Carbayo (a pesar de Mariano Feijóo).

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lagacetadesalamanca ¿Votar o vomitar?