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Sonsoles Ónega dice que escribe entre camerinos de canales de televisión, entre las exclusivas basura sobre Daniel Sancho, ¡qué nivel intelectual, Sonsoles!; yo escribo en antros, frente al mar o bajo la superficie; ella tiene un tupé de cartón piedra, yo sólo tengo el pelo largo recién lavado; ella se presenta al Planeta -y lo gana, claro-, yo nunca lo haré, no tengo tiempo ni camerinos y de paso me solidarizo con Miguel Delibes…
Yo sufro, ella está encantada de haberse conocido, fiel reflejo de este Occidente fatuo; un mundo de «bobos», burgueses y bohemios. Los millonarios y progres de hoy, de quienes depende ahora mismo lo que comemos, lo que vemos, lo que pensamos y hasta la paz mundial. Su éxito es la extinción del mundo libre. Ahora cobra toda su fuerza aquella frase en la pegatina de un parachoques en los Estados Unidos de los felices 90: Speak Up for Liberty, grita por la libertad; ahora la comprendo mientras pido clemencia de rodillas a un hijo de puta terrorista que cortó de cuajo mi música en el desierto del Néguev. Islamista o etarra, todo es la misma mierda violenta. ¿Hoy ha comido bien Daniel Sancho, Sonsoles? Pobre.
Me siento más judío que nunca, siempre lo fui, limpiaba así el complejo que arrastraba por haberlos expulsado de España hace más de cinco siglos. Pero hoy, soy judío mucho más allá del sionismo. El mundo por desgracia se divide en dos bloques: los buenos y los malos. Y tengo muy claro en qué lado estoy, en el de esos valores que los «bobos» no consideran, pues se les acaba el chollo: democracia, libertad, bienestar, y todas esas tonterías…
Aún no llueve. El teclado del portátil, un gin-tonic y escuchando en una noche agradable lejos de Gaza «Sip of Hapiness», de «Woods». Sonsoles llegaría al Nobel con este «camerino» que me gasto y bajo el que me declaro abiertamente judío. Hunter S. Thompson estaría orgulloso de mí. Miedo y asco en el Néguev. Veo a esos chicos bailando música trance, veo a esos chicos muertos. Chicos y chicas ajenos a la violencia y al delirio de los monstruos. Demasiado jóvenes para saber que el mundo se divide en buenos y malos, sin ni siquiera hueco para un sorbo de felicidad, ni de «Woods» ni de su futuro acribillado a tiros. Mientras tanto, una invasión de niños-escudo de Hamas ha asaltado mis pupilas vía CNN. El nazismo no acabó en Núremberg. Mueran los buenos. Muramos.
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