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En una sociedad que gravita en un universo llamado fútbol, todo lo demás no importa y además es sospechoso. No les cuento si vas por ahí defendiendo a Israel, y más en estos días en los que, según la izquierda follonera, los terroristas son lo más parecido a un grupo de ursulinas francesas cantando temas de Françoise Hardy en el huerto del convento.
Como tituló a toda plana el diario «El País» el día después del 11-S, «El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush». Pues eso: pobres terroristas islámicos, víctimas de Bush y de la democracia. Pobres «etarras», gente de paz según Zapatero, ideólogo del infinito.
El caso es que toda la vida compadeciendo a los judíos por el Holocausto y ahora resulta que habita un nazi en cada progre y que el antisemitismo ha tomado carta de naturaleza en el siglo XXI. Tengan o no dos dedos de frente, para la izquierda parece que estemos en la solución final de la solución final nazi, e Israel debe desparecer, no tiene derecho ni a la vida ni al territorio. ¿Que Israel es la única democracia en la región?, ¿la democracia, qué antigualla es esa? se preguntan horrorizados los amigos de Stalin, de San Francisco a Londres pasando por Madrid, donde tenemos ahora al gran defensor de la causa palestina, Mohamed Sánchez. De locos. Hasta yo me siento «amenazado·» en mi insignificancia y así el otro día me afeaban que exhibiera una pequeña bandera de Israel. Aquí se esconde o se quema la española con total impunidad, o se exhibe la independentista catalana, ese trapo que bebe de la dictadura de Cuba, y todo es muy guay. Gente de paz y de orden que alardea todo el tiempo de la solución final un día sí y otro también, cambiando judíos por andaluces. O los otros, los «etarras» y sus fans, presumiendo de RH sanguíneo propio y de sus mil muertos. Nuestros mil muertos que yo no olvido y sobre los que sigue cayendo la sombra de la duda de si lo merecieron o no. Hijos de puta.
Sobre el caso de Israel, soy sionista porque el pueblo de Israel es mi pueblo (el suyo también) y no tengo que avergonzarme por ello (usted tampoco), como tampoco me avergüenzo de ser español en Hispanoamérica, al contrario, es un honor y un orgullo que comparto con mis hermanos americanos (o filipinos). Lo que no puedo compartir es esta promoción en sesión continua y multicanal del odio, de la solución final que es la dictadura.
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