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Podía ser uno de los cuentos de Navidad que tanto me gustan, pero no lo es. ¿O sí? Lo que les voy a contar es la vida tal cual, la realidad superando a la ficción. Escribo hoy sobre Ricardo Reyes, mi bolero, nada que ver con la música del gran, grandísimo Armando Manzanero. Bolero en México es limpiabotas.
Ricardo lleva 55 años, como bolero en una esquina de Ciudad de México, en el cruce de Bahía de San Hipólito con Bahía del Espíritu Santo, a la sombra de la imponente torre de la PEMEX. Un día, le contaba a un buen amigo que yo tengo bolero en México, y tras traducirle el español de allá, no le hizo ninguna gracia, claro síntoma de los estragos que ha hecho el universo «woke» en nuestra delicada existencia: consideró tan digno trabajo una sumisión innecesaria de Ricardo y a mí un esclavista en activo o algo así. Parece ser que uno puede vender sus servicios como oncólogo o banquero, pero no como limpiabotas, aunque no veo la diferencia. Para no complicarle más la existencia, le obvié que tengo modista, que se llama Charo, y que, desde los tiempos de la sastrería de Celso García, en la plaza de San Boal, allá por los años 70, cose como los ángeles. Mi amigo pensaría que soy además un esnob recalcitrante.
La última vez que estuve con Ricardo boleó mis zapatillas azul añil mientras escuchábamos casi una misma canción a José Luis Perales («Y te vas») y a Piero («Si vos te vas»). La vida en la colonia Anzures se congela y se derrite al tiempo. Se congela y se derrite, y Ricardo me revela el secreto, mil veces sabido, mil veces olvidado: «cualquier trabajo que hagas tienes que hacerlo con amor». Y así, un día tras otro, desde la seis de la mañana a las cinco de la tarde, cuando recoge su puesto y regresa con su mujer a Naucalpan. 44 años juntos, cuatro hijas, nietos, bisnietos… para que mi amigo afee la dignidad de un bolero, en definitiva del hombre, del trabajo, de la familia. Mi pregunta: ¿dónde nos hemos equivocado, dónde? Y no y no: no cambio a mi Ricardo Reyes por cien mil Steve Jobs «made in China».
Sólo me preocupa una cosa: Ricardo Reyes ya piensa en su jubilación y me entra un vértigo terrible, ¿qué será de nosotros en la glaciación social que viene? Pero de momento es Navidad y el Niño Jesús, vuelve a colarse en nuestras vidas vestido de bolero («Contigo aprendí»), de astronauta, o de modelo de «Prénatal».
Termino de escribir cuando empieza a sonar «Morando no Sapato», de Clube do Balanço. Por ti, Ricardo Reyes. Bolero y amigo.
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