¡Qué verano! Una mezcla entre el tren de la bruja y Pesadilla en Elm Street con el toque hortera y esquizoide que ya caracteriza a nuestro país, una España hecha unos zorros por nuestros políticos mediocres, y/o golpistas, y/o corruptos, o todo junto; hecha unos zorros por el «sanchismo» y por la sociedad que le acompaña, una sociedad impúdica, desarmada y sin el mínimo (y necesario) sentido del ridículo; una sociedad zombi que vota, que está dando pie a una democracia bruta y tabernaria y en evidente fase de desmontaje, pues todo indica que es en lo que están en Moncloa, sus palmeros y con el inestimable apoyo de la oposición, haciendo gala —y disfrutando— de su permanente estado vacacional acompañado de gaita y tamboril y, ¡cómo no!, de la sonrisa boba de Cuca Gamarra.
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Con semejante panorama, sólo quedan los destellos para sobrevivir en esta zozobra nacional y refugiarnos en un hueco de ilusión desde el que, quizá, sólo quizá, podamos reconquistar nuestro espacio de cordura, progreso y bienestar, nuestro espacio natural como Nación (con mayúscula). Sí, somos como refugiados en Covadonga. Sólo nos falta un Don Pelayo, pues a los Reyes Católicos ya los tenemos, habida cuenta de que la Corona es nuestro único reducto de normalidad institucional (y democrática).
Y tras aberraciones como el numerito de Puigdemont, la amnistía al enemigo declarado y reincidente, el terrorismo de Estado disfrazado de «concierto» catalán, y más Begoña Gómez, y más hermanísimo Sánchez, y más patadas a la Justicia, aparece la princesa Leonor de un blanco radiante para ingresar en la Escuela Naval Militar de Marín como segunda escala en su completa formación castrense como heredera al trono de España. Ver a la princesa de Asturias entrar con paso firme en la Armada, al menos a mi me quitó las penas y las lamentaciones. ¿Es mi princesa?, ¿es España?, ¿es una escena de «Oficial y caballero»? De repente, los horteras, los sádicos, los revanchistas, los «haters», los resentidos, los corruptos, los tiralevitas, los sicópatas, los de la telebasura, los nazis, los supremacistas, los putos «etarras», todos, todos estos quedaron a un lado, perdidos por ahí en el infierno, dando vueltas como chatarra espacial.
Leonor es la última frontera de una civilización llamada esperanza. Ella es todo lo que nos queda. Al menos a mi como ciudadano García.
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