Un año más, esta vez en Valladolid, se celebró la gala de entrega de los premios Goya del cine español que, al margen de todo, es una descomunal horterada con ínfulas de Hollywood, alfombra incluida para el postureo general, aunque salvando a Penélope Cruz y a cuatro más, aquello parece un pase de «Almacenes Arias»… El evento es el festival del quiero y no puedo, sin ningún interés por evolucionar, por darle identidad y, sobre todo, por darle protagonismo al cine español, ese cine incapaz de vencer sus muchos traumas, complejos, diálogos soeces y chistes sin gracia.

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Pero al margen de si tenemos mejor o peor cine, que sería harina de otro costal más profundo, la gala de los Goya la han convertido en un ventilador de mierda con una mano de pintura barata de glamur; año tras año el acontecimiento, que cuesta un dineral, es un puro acto de exaltación sociopolítica de la izquierda al mejor estilo de las dictaduras. Sólo falta en estos festejos Leónidas Breznev saludando a las tropas, aunque para eso ya tenemos a Pedro Sánchez, el «presi», el icono de poligoneras de TVE que dicen mearse encima en directo y estar «hasta el coño» mientras le eructan al pobre micrófono. El glamur de España, sin duda.

El caso es que para alimentar tantos cadáveres en las mazmorras del relato «woke» siguen jugando a una suerte de Ché Guevara con esmoquin y tules, un ejército de esclavos del revisionismo y de gays de escaparate que adoran a los sistemas más criminales y homófobos. De locos.

Estamos en la misma película un millón de veces proyectada. El mismo mal rollo; el mismo Almodóvar con gafas de sol, los mismos discursos y, de vez en cuando, un espontáneo a payaso, en esta ocasión el bocazas de García-Gallardo, que no sé a qué espera Mañueco para ponerle un bozal. ¡Ah!, y la misma estrella infantil del franquismo, Ana Belén. Como siempre en el mitin-no-nos-moverán, estaban todos, un buen momento para que el magistral Antonioni les hubiera enseñado el camino de Zabriskie Point en busca de un mundo nuevo.

Y entre Goya y Goya, los agricultores (¿agricultores?, se preguntará Tyrone Sánchez Power) fuera del recinto manifestando su malestar, ignorados, escondidos, enterrados… Y más lejos, los guardias civiles asesinados en Barbate a la vista de todos… Ni una palabra, salvo el «se acabó» (¿se acabó qué?) y la gloria al terrorismo de Hamas. The End.

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