Otra de las epidemias que trajo el siglo XXI ha sido la «normalización», pues en el saco no sólo se han metido los naturales y necesarios avances sociales, sino que se han normalizado de una manera obscena y criminal la violencia (el blanqueo del terrorismo de ETA es el mejor ejemplo), la corrupción, la mentira como único argumento y arma políticas, la ignorancia, los horteras o las veleidades totalitarias y liberticidas de quienes han utilizado la vía democrática para llegar al poder, como ocurrió en su día en Venezuela con el «chavismo» y como ya ocurre en España con el «sanchismo», sin duda la mejor y más aplicada franquicia de Caracas, cuyo «puente aéreo», además, es un lodazal de corrupción en el que hozan un buen número de políticos españoles «progresistas» sin el más mínimo pudor. Se ha «normalizado», en su propio interés lo han normalizado. La honestidad no es bella.

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Del penúltimo caso de «normalización» con relación al delito, a los corruptos, a los dictadores, a los mentirosos, aún no he salido de cuidados intensivos. Lo visto en el congreso del PSOE en Sevilla el pasado fin de semana fue toda una oda a la normalización del delito y la corrupción, de los delincuentes y de los corruptos, y así no vamos a ninguna parte que no sea la república bolivariana de España, sección «sanchista».

Ver a los pájaros de Chaves y Griñán vitoreados por la masa socialista en lugar de ser apedreados, me dejó KO, pues entiendo que una cosa es la pasión ideológica y otra ser un esbirro del mal y de la corrupción. ¿Se imaginan hoy a tres mil conservadores, liberales, o simples afiliados del PP jaleando a Bárcenas?

Por si no fuera suficiente y en una nueva provocación «sanchista», sacaron a la mujer de Pedro Sánchez al escenario, la imputadísima Begoña Gómez, y allí fue aclamada por un PSOE desatado y salivando. ¡Begoña, Begoña, Begoña! Ni mi amada Donna Summer en sus mejores días producía semejante orgasmo popular.

Para entonces yo ya estaba viajando en una UVI móvil que me sacara de semejante humillación. España es una favela: un país marginal desde el punto de vista político, intelectual y moral, donde los delincuentes, aunque sean presuntos, son aplaudidos como estrellas de rock, pues aplaudir, consentir, disculpar al delincuente se ha «normalizado». Y no todo es normal, no.

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