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El martes ya alguien relacionó las protestas del campo español con la derecha, con la ultraderecha, con el Ku Klux Klan, y hasta con los marcianos, creyendo además que John Deere es un estrecho colaborador de Donald Trump. La izquierda es así, difama que algo queda, incapaz de ver la viga de la ideología extrema en su ojo, y por tanto incapaz de ver los problemas reales del mundo real, como los que afectan a nuestro estratégico sector primario, que más que ser un pilar fundamental de nuestra economía y de la sociedad, parece el enemigo a batir, aunque en esto no se libre ningún otro sector: crear riqueza y bienestar nunca ha estado bien visto en la órbita comunista, más cómoda pastoreando esclavos de la subvención y borregos de sofá.
El martes fue un día grande para la sociedad, pues había llegado la hora de levantarse, de arrancar el tractor y de gritar «a quien corresponda» un encendido ¡basta ya! Basta ya se abusos políticos, legislativos; basta ya de mequetrefes y vividores de la política, que no distinguen entre una cebolla y una palangana, no digamos entre un tractor y una pelota de tenis; basta ya de corruptos de la buena vida, gente que no ha dado un palo al agua y que sólo ha leído las obras completas de Zapatero, resumidas en un satánico haiku a medio hacer: ni una mala palabra ni una buena acción. Basta ya de jodernos.
Salieron los tractores a las calles y carreteras, una algarabía mecánica más aplaudida que reprobada por la ciudadanía, que supimos encajar las molestias y, sobre todo, comprender. Ese ¡basta ya! no es más que la gota que colma el vaso en una sociedad a punto de colapsar por una presión fiscal y burocrática salvajes. Salir adelante hoy en España, en la Europa de sor Ursula von der Leyen, es imposible, pues todo son trabas, tasas, normativas diseñadas para tener entretenido a un manicomio. Por esto —y por mucho más— hoy más que nunca el lugar de los tractores no son las tierras, sino el asfalto. No es el campo además el que se rebela, somos todos, pues todos estamos sometidos por una política que sólo vela por ella misma y sus privilegios; una política infectada de buenismo y cuya mejor definición la dio el martes en la radio un agricultor salmantino: «vamos a morir de guays»… Vamos a morir comiendo basura franquiciada, pero eso sí, con un «Tesla» en el aparcamiento.
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