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Mientras el «sanchismo» y sus «sanchettes» (de María Jesús Montero a Bolaños) no paran de confundir a la opinión pública y de llenarlo todo de mierda para tratar de ocultar la suya, un tío se pasea por una rotonda en Asturias con la cabeza de su padre, a quien acaba de asesinar. Preciosa estampa.
Mientras el «sanchismo» y sus «sanchettes» (de Óscar Puente a los «sanchistas» salmantinos, que viven escondidos) siguen legitimando el terrorismo «etarra» y la destrucción programada de España, otro loco mata a su mujer y a sus dos hijos pequeños en Barcelona, y luego se tira al tren. Lo normal.
Mientras el franquismo (perdón, el «sanchismo») se viste de forense para seguir sacando de paseo a «su» Franco (y sólo suyo), ellos mismos han normalizado la corrupción, el tráfico de influencias, el «y tú más»… y no se libra ni la cama del presidente del Gobierno. La respuesta es simple y siempre la misma: y tú más.
Mientras el «sanchismo» y sus «sanchettes» lo intoxican todo como parte principal de su estrategia bélica, la sociedad se va desmoronando hasta llegar a tener la sensación de que ya casi nada funciona en un Estado infectado por el enchufismo y por los perros de presa contra la democracia. Sus dóberman.
Mientras tanto, el país se viene abajo, queda a la intemperie, cogido por alfileres y funcionando por la inercia que provocan los pocos que están aún en el «día a día». Se ha normalizado, decía, la corrupción, pero también los crímenes más brutales, las injusticias más escandalosas y un sistema público cada vez más lento, más ineficiente, pero en cambio más costoso. La famosa protección social sólo sirve para comprar votos y el Estado asistencial lo han convertido en un oscuro Estado de servicios paliativos. La gran estafa del «sanchismo», recogida en el lema soviético de «nadie va a quedar atrás», es en realidad un plan para desactivar la sociedad y sus libertades, llegando a desvalijar a cara descubierta los recursos públicos, como en el caso del tal Broncano, la última vergüenza.
Y mientras todo esto va ocurriendo, nos vamos debilitando. La desazón y la impunidad se palpan en el ambiente, y con respecto a la violencia o el desempleo -un desempleo no estructural, sino provocado por los propios políticos-, la situación ya sobrepasa nuestros niveles de comprensión, fortaleza emocional y hartazgo de Franco, su comodín más amado, ¿verdad Tudanca?
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