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No es ni medio normal que un día sí y otro también un montón de gente se reúna para acosar la sede de un partido político, aunque este partido tenga la misión de destruir España y romper la convivencia y la igualdad entre los ciudadanos. Como no lo es que en una democracia seria y madura (¿lo somos?) un grupo de gente se dedique a colgar muñecos con la efigie del presidente del Gobierno; colgado y después apaleado y linchado, toda una «performance» de odio que la impotencia que hoy vivimos ante la provocación «sanchista» en absoluto justifica.
España no es Libia, aunque Muamar el Sánchez vaya camino de instaurar su propio Estado de las masas socialistas, su propia Yamahiriya con una «guerra de los Toyota» muy particular, vendido como está a lo peor de lo peor: terroristas, delincuentes, prófugos, corruptos, racistas y, como buenos nazis, antisionistas. Angelitos…
No, no es ni medio normal escenificar así el odio en las calles. En esto sí le doy la razón a Mariano Feijóo: no somos como ellos, peones de la yamahiriya sociata; no somos como Pachi López, camastrón olímpico, o como Óscar Puente, ministro de oportunidad, todos llorando por las barbaridades que hacen y dicen los fachas, los ultras y por supuesto Trump, que pasaba por allí. Y hasta Milei, carajo.
Pero vamos a ver, si juntarse con la escoria antidemocrática es hacer de «la necesidad virtud», bochornosa frase digna de viejas asonadas militares; si quemar fotos del rey o atacarlo desde el mismísimo Gobierno es libertad de expresión, si acosar a los políticos del PP es «jarabe democrático», decía exultante Pablo Iglesias, pero gritarle a él y a su ministra-in-love delante de su choza de Galapagar era intolerable, ¿de qué coños nos estamos quejando?, ¿a qué viene sacar a pasear una dignidad de la que carecen? Que nos quejemos los pocos demócratas que vamos quedando, es un lujo que algunos todavía nos podemos permitir, pero que el verdugo lamente el mal olor de los reos, tiene guasa. Y mala baba.
Ya no es una cuestión sólo de odio y desesperación en el ambiente, se trata de una emergencia nacional, en realidad occidental. El tsunami de intolerancia y totalitarismo que ya tenemos encima nos va a hacer retroceder décadas de derechos y libertades, rendidos como estamos a unos destripaterrones que nos marcan qué pensar, qué decir, cómo decirlo y, sobre todo, a quién votar. Pero ni medio normal.
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