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Muy al hilo de la columna del pasado jueves («El fin del mundo»), y observando cada día el desmoronamiento de todo aquello que hasta hace bien pocos años nos sustentaba como personas, quiero insistir en que tenemos un problemón al que, ¡qué horror!, es ajeno una amplia mayoría. Razón tenía el tuit que me reenviaron el pasado domingo: «Eurovisión no es un festival de música. Es un documental sobre la decadencia de Europa». Nada que añadir salvo otro ¡qué horror!

De Salamanca a México, de Nueva York a Burdeos, y con Cannes como próxima parada del espectáculo follonero, las cosas empiezan a funcionar de casualidad. El mundo real está ahora mismo con respiración asistida, con una escalofriante falta de mano de obra cualificada y sin cualificar por la sencilla razón de que casi nadie quiere trabajar. Seamos sinceros, quitémonos la venda de los ojos -y de la mente- y miremos más allá de nuestras narices: la falta de gente dispuesta a trabajar nos lleva al colapso, todo parará… porque de hecho todo ya está parando. Las subvenciones, las «paguitas», las ayudas de todo tipo para comprar el voto están destrozando a generaciones y generaciones de jóvenes y no tan jóvenes, pues el sistema cuenta además con la gran ventaja de enfrentarse a una «clientela» dócil… y agradecida, ¡gracias putos amos!; gracias por hacernos pobres y por liberarnos del yugo del pensamiento y de la educación, parecen gritar.

Los políticos no tienen ni idea de lo que ocurre en la calle porque viven en otra dimensión, pero la sociedad no se encuentra mucho mejor. Los primeros ni están ni se les espera para corregir la situación, ocupados como andan en sus asuntos de palacio y aplaudiéndose como tontos entre ellos, y la segunda está convencida que las cosas son así…

Nos quedamos, de Salamanca a Bruselas, de Lisboa a Londres, sin profesionales que nos mantengan «abiertos». No hay camareros, no hay fontaneros, no hay mecánicos ni trabajadores agrarios, pero tampoco hay médicos, cocineros o ingenieros. Hoy tener una empresa abierta es una labor de titanes, y el futuro de las pymes es desolador: abandonadas por las administraciones, cautivas de la red burocrática, víctimas de derechos y normas abusivas… y cerradas por falta de personal. Sin embargo, nadie quiere ver el muro de hormigón hacia el que nos dirigimos a mil kilómetros por hora. Y entonces ya será tarde.

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lagacetadesalamanca Sin mano de obra