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Puigdemont a secas, Puigdemont con Putin, la discusión de Tamara Falcó en un restaurante, tractores sueltos, «zorra» como animal de compañía, crimen en Castro Urdiales, la borrasca Karlotta, trabajadores y trabajadoras… Y así, las noticias (casi siempre vulgares sucedáneos) se suceden hasta el infinito para intoxicarnos de vacío y de mucho ruido, cuanto más ruido mejor. Tenemos de todo menos realidad. La Educación no existe, la Sanidad tampoco y las infraestructuras ni se contemplan. En menos de cincuenta años hemos desmontado la sociedad vertebrada surgida del franquismo y la hemos cambiado por la improvisación y la desgana generalizadas.
Y la Sanidad es el mejor ejemplo del colapso en el que ya estamos asentados: las medidas son palos de ciego, y no son solamente los políticos los que viven de poner parches y lanzar ocurrencias, son los propios profesionales los que se pierden por los interminables pasillos del corporativismo y la burocracia. Mientras, los enfermos se amontonan en unas listas de espera que sólo hablan de un sistema con la respiración asistida de los ingentes presupuestos que se destinan a mantenerlo a flote y de la deuda pública que se acumula, pues ya no son sólo nuestros impuestos los que pagan los servicios, es la deuda que no para de crecer sin orden ni concierto. Un parche aquí, otro acuyá o una nueva gerente en Salamanca como quien cambia al director de una oficina bancaria de barrio. Claro que el consejero de Sanidad, un tal Alejandro Vázquez, no parece el Isidro Fainé de la salud. Y ya que cito a Fainé, lo que necesitan los pilares estratégicos del sistema público son precisamente «Isidros Fainés», gente preparada, muy rodada y no amiguetes del partido, como todos los titulares de Sanidad en el Ministerio, entre otras «figuras» Leire Pajín, Ana Mato, Salvador Illa o Mónica García.
El caos de gestión en el que está sumida la Sanidad pública -y Salamanca es muy buena prueba- sólo puede ser abordado no desde el presupuesto, que también, sino desde la profesionalidad y el rigor de todos los implicados; de hecho, ahora mismo el sistema en general está sostenido exclusivamente por la profesionalidad de los individuos, ya sean médicos, inspectores de Hacienda, secretarios de ayuntamiento, profesores o celadores. El sistema como tal no funciona, y la mejor prueba son los más de diez años que se tardó en sacar adelante el nuevo Hospital Universitario de Salamanca, a todas luces además incómodo y ya insuficiente.
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