Leo en la prensa que el camionero que embistió en la madrugada del martes un control de la Guardia Civil en la AP-4 (Sevilla-Cádiz), con el triste resultado de seis personas muertas, se llama Hipólito. La noticia me ha impactado, tanto por lo desgraciado del accidente en sí como por las circunstancias que lo rodean, con Hipólito reconvertido de profesional del volante en presunto homicida.
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No soy fiscal, ni magistrado, ni abogado, ni experto en seguridad vial, es más, estando España como está, les confieso que no tengo idea de nada. Pero me ha llamado la atención Hipólito, camionero de 59 años de una importante empresa de transportes onubense, al parecer con millones de kilómetros en sus manos y al que una mala jugada del destino le llevó a bordo de su DAF directo al infierno. Un segundo, pues parece que se quedó dormido, y la noche a la altura de Los Palacios se tiñó de sangre y horror.
Para los demás fue un desayuno de chatarra más, otro maldito accidente, otro borracho quizás, el asfalto regado de aceite de motor. Pero no, Hipólito ni había tomado alcohol ni estaba drogado. Era, es un profesional, un camionero con una hoja de servicios de trabajo esforzado y kilómetros sin mancha. Hasta la madrugada del martes, ¡boom! Iba camino de Guarromán, en Jaén, y se quedó encerrado en una tragedia. Ya para los restos.
Pero me llama la atención que el camionero haya sido enviado a prisión sin fianza por el juez. A dolor vivo. No tengo ni idea, yo no soy juez, pero España me parece un lugar paranormal, donde cientos de asesinatos terroristas están sin juzgar, donde los golpistas son amnistiados, donde los delincuentes entran y salen miles de veces de los juzgados, pero un camionero es enviado a galeras por provocar un accidente fruto de la maldita casualidad. No, no estoy eximiendo al profesional de su responsabilidad, sólo digo que, con los datos que han salido a la luz, no es un homicida, ni siquiera involuntario. Lo siento, pero los accidentes existen. Lo siento, pero podemos morir en cualquier momento, de la manera más tonta, más injusta, más inexplicable. ¿Queremos un culpable?, pues encerremos bajo siete llaves al camionero y a su camión, el arma homicida involuntaria.
También podríamos hablar de que un control policial de madrugada en mitad de una autopista no parece ni el mejor lugar ni el mejor momento. Pero tenemos un culpable: Hipólito.
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