Gente de bien, españoles de bien…, lo que quieran «de bien», pues la expresión no puede ser más clara, aunque a fuerza de retorcer el diccionario y la moral, suene hoy antigua, y dudo que las nuevas generaciones sepan situarla en contexto, y mucho menos en esta España nuestra, dejada de la mano de sus enemigos. Sometida por sus enemigos mientras nosotros, ciudadanos de bien, lloramos por las esquinas, tan panchos, viendo cómo colapsa todo a nuestro alrededor, con bochornosos espectáculos castristas como el que está dando el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, a quien le deberían quedar diez minutos en el cargo.

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Las personas de bien, el grueso de la sociedad, no somos todavía conscientes de que El Mal nos acecha, y aunque minoritario, nos laminará, ciscándose en la democracia y en todos sus pilares, y con la corrupción al servicio de nuevas técnicas para dar un golpe de Estado, técnicas «no invasivas» que dirían los cirujanos. Nuestra bonhomía social acabará por matarnos, víctimas del «síndrome de Estocolmo» de estos golpistas que hoy parasitan todas las instituciones del Estado con excepción, aunque maniatada, de la Corona.

España, sinónimo de nosotros, los «buenos», no puede caer en la indiferencia, en el cansancio, no podemos dejarnos llevar por esta corriente de totalitarismo en la que nadamos peligrosamente desde la llegada del «sanchismo» al poder con sus tretas imposibles, con sus mentiras y con sus demenciados acuerdos con toda la basura naZionalista y terrorista, más los «arrimados», incluida la esposa del presidente «in love», la catedrática sin papeles Begoña Gómez.

No podemos tirar la toalla ante este asalto a nuestras vidas; al contrario, la lucha debe continuar, somos más y somos mejores, y aunque el lógico desaliento nos machaca, debemos sobreponernos para derribar el muro liberticida de Sánchez y que la democracia (y la Justicia) prevalezcan por encima de todo. Hay que parar este golpe de Estado con nuestro voto, que debe ser un disparo certero lleno de pólvora hecha de reflexión. Que ochocientos mil ciudadanos de bien (pero con una evidente borrachera de cabreo) hayan votado a unos fulanos que se hacen llamar «Se acabó la fiesta» es preocupante, es ridículo, además de casi un millón de papeletas tiradas. No, tiradas no: papeletas a favor del «sanchismo», el más interesado en que el voto democrático, situado ahora en su totalidad en la derecha, se divida y, por tanto, desmotive a la gente de bien. Sí, usted, le digo a usted.

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