No salgo de mi asombro. Miro a mi alrededor y veo a la gente tan tranquila, tan hecha a las tonterías -y no tan tonterías- que nos comen, y me muero del susto, de asco, de pena. De desesperación. Sólo me sostienen mi autoestima y mi fortaleza mental, pues ser testigo lúcido de este horrible e imparable estado de descomposición social solo puede conducir a la depresión y al derrumbe. Y no hay derecho, me da igual que sea culpa de la pandemia que del «sanchismo», no hay derecho a que haya tanto tonto suelto sin bozal y sin medicar, y además molestando y creando mil problemas a quienes (aún) tratamos cada día de sacar este país adelante.
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Con la crisis económica que ya tenemos encima, pero que por alguna razón está siendo torticeramente escondida, lo único que está funcionando a pleno rendimiento es el circo del cotilleo casposo (Grace Kelly, ruega por nosotros), la crónica negra, y el fútbol, el maldito fútbol, verdadero opio del pueblo, y más pueblo que nunca.
Lo que estoy viendo estos días con el beso del impresentable del presidente de la Federación a una jugadora de la selección tras la final del Mundial de fútbol femenino, no puede resultarme más lamentable, pero no por el beso, sino por lo cutre de toda la escena, con ese presidente federativo troglodita, semianalfabeto, macarra y de dudosa reputación, como ya habíamos oído y leído mucho tiempo atrás. El señor Rubiales representa como nadie a una parte de la España de hoy: hortera, atrasada, parasitaria, chulesca y llena de coches de alta gama de segunda mano. El señor Rubiales es Javier Bardem en «Huevos de oro», gesto grosero incluido… ¡al lado mismo de la reina Letizia!. Así estamos, España treinta años después, ¿tan poco hemos aprendido, tan poco hemos evolucionado en treinta años? Parece que nada, salvo en el reguero de muertos vivientes que ha ido dejando el fútbol en su guerra de borregos reprimidos y millonarios tatuados.
Pero el problema no parece ser el país decadente que somos, con tipejos como Rubiales, el problema es la violencia sexual -así lo llaman- de un beso tras un partido. El problema es un país cateto y perturbado, y tanto la figura de Rubiales como el «escándalo» del beso bien lo demuestran.
(Ahora yo sólo espero que Jorge Prado gane el Mundial de motocross MXGP. Somos otra España. Por cierto, permítanme una violencia sexual: la novia de Prado, la periodista Montse Cruz, guapísima).
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