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No, señor Pablos, no se preocupe, no es usted el objeto de este artículo, cuyo título fantasea con el de la película «Being John Malkovich», con el título y con las habilidades socialistas para ocupar -colonizar más bien- las mentes de sus seguidores, inocentes ciudadanos o fervorosos hinchas como usted, siempre sesteando desde los cargos que van ocupando legislatura tras legislatura, tras legislatura, tras legislatura… ZzzzzzZzzzzz…
Le uso a usted como prototipo de esta España amoral e indolente, arrodillada y servil ante su «puto amo», el puto amo de ahora, pues antes tocaron otros, a los que aplaudieron a rabiar, ¿recuerda? Hoy directamente les ignoran, cuando no les escupen echándoles del partido. Todo está corrompido en el ambiente, de la casa del pueblo a La Moncloa, una democracia vertical hacia una dictadura pavimentada de mentiras, infamias y mucho ruido.
No voy a explicar -enumerar sería más correcto- la mierda en la que está metido Sánchez y sus «hooligans», pues es evidente incluso para gente tan sectaria como la que ondea la bandera «sanchista», y nótese que jamás cito al Partido Socialista, pues hace tiempo que el PSOE fue demolido. Quienes auparon a Sánchez y a su «primera dama», gente que, como usted, no han parado de reírle las barbaridades, están cometiendo una atrocidad con toda la sociedad, un viaje a la locura destrozando sus propios principios e ideales. Ustedes, el público del circo romano de Sánchez, son el problema; su falta de personalidad, de higiene ideológica, de respeto a la democracia y a la Constitución, nos ha traído hasta aquí, a una España imposible, unos fomentando la violencia ambiental con el fango, fango y más fango, y otros -fuera del negocio político- tristes, desencantados y asustados, pues lo que tenemos es para estarlo, y mucho. Si salimos de esta, saldremos con la esperanza hecha jirones, y ustedes, su apoyo tácito y sus aplausos cómplices, son los culpables. Su silencio es su cruz y créame que no hay una gota de acritud en lo que escribo. Levántense, rompan sus carnés si es necesario, conminen a su jefe a dejar de ser un machista e inviten a la señora Gómez a que sea ella misma la que hable, que sea libre, que defienda la inocencia que la Justicia pone en entredicho. Y usted sea Fernando Pablos, vístase de dignidad y no caiga en manos de sus diablos (escena sacada de «Tintín en el Tíbet»).
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