Es terrible: nos hemos acostumbrado a vivir con una dosis diaria de corrupción, de mediocridad, de vulgaridad y de ignorancia, tanto que la desolación casi parece un lugar para vivir y los conscientes de este drama social unos apestados, unos inadaptados a la nueva realidad y a la sordidez de «Netflix» y su crónica de sucesos. Puerto Hurraco forever.

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Leemos sobre el nuevo episodio de millonaria corrupción que rodea al PSOE en torno a la compra de mascarillas en la pandemia, y es para morirse del susto, no sé si por el asalto a las arcas públicas o por lo cutre que resulta todo, con esos personajes que circulan por la esfera política en forma de concejales, de asesores, de ministros, de presidentes del Gobierno, de consejeros autonómicos, en definitiva, de delincuentes y horteras de todo pelaje. En serio, ¿la gloria de la democracia es que cualquier sinvergüenza alcance el poder? Cualquier sinvergüenza, cualquier ladrón, cualquier hijo de puta, cualquier analfabeto, cualquier vago de siete suelas, cualquier vividor, cualquier pervertido, cualquier cocainómano, cualquier macarra… ¿Nos merecemos esto, votamos para esto, votamos a esta basura?

Koldo se llama la última «estrella» con la que nos estamos desayunando estos días. Koldo, de portero de puticlub a mano derecha de uno de los ministros más poderosos, como es el de Fomento, ¿cómo explicarnos esto? En los tiempos, dicen, de una formación cada vez más exigente, aparece un tío que sin la EGB escala a lo más alto del poder con licencia para robar, y robar a lo bestia. ¿Nos lo explicará otra «sociata» agradecida como Carmen Calvo, «jurista de reconocida competencia»? Sirva como justificación que no es menos cierto que si el ministro es otro destripaterrones, el asesor no va a ser sor Juana Inés de la Cruz.

Una sociedad libre y democrática no puede consentir por más tiempo que un grupo cada vez más numeroso de mindundis se haga con el control de los distintos poderes, incluido el Judicial, pues no hay que olvidar la escandalosa connivencia de ciertos jueces con la política, y sirva citar el caso de Garzón, impresentable donde los haya, o el de Pedraz, exhibiéndose en las revistas del corazón disfrutando la vida en yates copa de champán en mano… Decía que una sociedad libre y democrática (y culta, si lo fuera) no puede consentir más tiempo estos crímenes bananeros, estos pillajes; no podemos consentir un minuto más a estos adictos al latrocinio y a la mentira. Hay que acabar con esta España de mindundis.

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