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Escribiendo sobre la declaración del hermano de Pedro Sánchez ante la valiente juez Biedma el pasado jueves, sé que rompo la principal regla del periodismo, que es el tratamiento de la actualidad más inmediata, aunque no lo hago por capricho sino porque lo dicta el «sanchismo», que disfraza aquella permanentemente de tal manera que es casi imposible de seguir. Los periodistas no son hoy notarios del presente, sino más bien sabuesos en busca de los hechos y de la verdad, sanctasanctórum al entrar en una facultad de Ciencias de la Información, hoy sepultado bajo toneladas de mentiras y delitos por una maquinaria de basura política bien engrasada por Nicolás Zapatero y Pedro Sánchez Bahamonde ante la inacción, «mecagüenlaputa», de Rajoy, que estuvo de copas y leyendo el «Marca» en lugar de presidir un Gobierno con mayoría absoluta.
Y es que lo del tal David Sánchez, director de orquesta, aunque más bien parece un personaje tonto de «Los Aristogatos», me tiene en un sinvivir, pues gracias a esta «troupe» siniestra hemos llegado a unos niveles de cutrerío patrio jamás conocidos. No me duele España; sólo me avergüenza, me repugna. Dios salve al rey Felipe y a la princesa Leonor, nuestro único y último refugio.
Creo que, como millones de españoles, vi por primera vez el vídeo de la declaración judicial del hermanísimo, un clon cortocircuitado, pensando que era un montaje para ridiculizar a Pedro Sánchez y su mundo. Craso error: era real como la vida misma. Y desde entonces floto gracias a un chute de indignación y asombro. Puro -y duro- LSD «sanchista» en vena. Aquello era una tomadura de pelo de un auténtico cantamañanas. España abierta en canal. Baste una perla de las muchas sandeces que soltó David Sánchez, el hombre que encontró por su cara bonita un trabajazo hecho a su medida en «Google». Le preguntó la juez, alto y claro, qué es la oficina de Artes Escénicas que él dirige, y su respuesta, tras un silencio tembloroso, fue todo un insulto a la inteligencia y un monumento a la corrupción y al enchufismo: «pues es la oficina que se encarga de las artes escénicas». No hay más preguntas, señoría. O como dice mi amigo Luis, «amos, no me jodas». O como digo yo, la España necrosada por una clase política que ha hecho del amiguismo y del corporativismo su doctrina, su burbuja, su negocio, sus tostaditas con aguacate. La conjura de los necios (gracias John Kennedy Toole).
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