Dudo si España es consciente de lo que ocurrió el jueves en el Congreso: en realidad dudo de España, pues tanta indolencia asusta ante lo más grave que nos ha ocurrido desde el 23F. No sé si somos conscientes de la gravedad de sacar adelante la ley de la impunidad, conocida como ley de amnistía, con el único objeto de mantener al sátrapa de Pedro Sánchez en el poder. Creo que no lo somos, pensamos que todo pasará, que Dios proveerá. El objetivo de destruir el tejido social se ha cumplido con matemática exactitud, destruyendo generaciones y generaciones de vascos, de catalanes, incluso de gallegos, incluso del resto de españoles, intoxicados con una falsa idea de los derechos. Tan intoxicados y confundidos están, que la Constitución ni la contemplan, nadie les habló de su valor. Esas nuevas generaciones, gente que ya tiene más de cuarenta años, creen que su bienestar y su libertad emanan de las redes sociales, de «Spotify», del aire… El plan para el golpe perfecto dio sus resultados y llegó el día de la infamia.

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Me admira que no reaccionemos, que lo consintamos todo, de la corrupción al golpe de Estado, como si no fuera con nosotros. Los hijos de puta son ellos, y es verdad. Pero las víctimas somos nosotros. Pierde España. Adiós España.

Tras la intervención de Bolaños, otro centurión de la mentira, para hablar de las maravillas de vivir en la impunidad, un amigo me envió casi de inmediato el siguiente mensaje: «Me parece mucho más guarro y corrupto follarte al Estado de Derecho por siete putos votos para mantenerte en el poder, que robar como Ábalos y Koldo para gastártelo en putas y marisco. Lo siento, pero esa es mi escala de valores». Y en esta dura parrafada más propia de Bukowski que de un salmantino educado, están la verdad y la clave: estamos obviando lo más importante que tenemos: la democracia. Todo el mundo habla de ella, pero nadie la tiene en cuenta como la base de todo, la que nos sostiene como sociedad. Hasta el franquismo -perdonen que insista- fue más «democrático» que esta mierda que estamos votando bajo ese estúpido engaño del diálogo, la frasecita inclusiva y de buscar la concordia con los catalanes, cuando lo que la sociedad catalana necesita es que la saquen del laberinto, del ruido y del odio.

Vivimos en guerra, sin bombas, pero en guerra, y debemos ver el peligro: ya no tienen botas, ni trajes caqui ni barbas pobladas, pero son lo peor de lo peor, son capaces de todo, hasta utilizar la corrupción para disfrazar su golpe de Estado. Repitan conmigo: golpe de Estado.

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