Feijóo habla del riesgo de «balcanización» de España. No Alberto, no, antes de «balcanizarnos», la España democrática levantará un muro con Cataluña y el País Vasco y tiraremos la llave al mar. Parafraseando a Amparanoia, «que les den», que ya estamos muy hartos de nazis, de racistas y de terroristas. Y de gilipollas con derecho a voto, ni te cuento. Porque el verdadero y diría que único problema de España es la «gilipollización» que ha sufrido en los últimos cuarenta años y que nos ha traído hasta aquí, una sociedad dependiente, semianalfabeta y moralmente esterilizada.

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El desastre del domingo, que aboca a la ingobernabilidad del país o a seguir siendo gobernado por el bandido de la política sin escrúpulos que es Sánchez, solamente demostró el verdadero estado de la nación, un estado putrefacto. No votaron ciudadanos demócratas y libres, dueños de sus actos, ni tan siquiera de sus ideologías, pues un amplio grupo de quienes ejercimos nuestro derecho al voto lo hizo con odio, con resentimiento o con la ignorancia de quien vota porque le han prometido un bocadillo de calamares. Las opciones populistas, de izquierda radical, «nazionalistas» o directamente filoterroristas, se llevaron más diez millones de votos, que son demasiados votos para quienes están arruinando los dos pilares de nuestra sociedad: la democracia y el bienestar. Y no lo digo yo, lo dicen con orgullo ellos mientras friegan los platos y ellas mientras planchan. Y el votante, tras cuarenta años de lavado de cerebro, vota como un autómata feliz esas opciones de odio que, en los seminarios de la cienciología sanchista, hacen llamar «de progreso». ¿Progreso es destruir la convivencia, el bienestar, el libre albedrío, la superación personal? ¿Progreso es destruir la libertad y la educación? ¿Progreso es darle un bonobús a quien antes conducía un «Opel Corsa»?

Y soy pesimista: la experiencia, mi «timeline» personal, la observación desde mi pequeña pero nítida atalaya, me marcan el camino hasta contemplar cómo todo un gran país es capaz de autoinmolarse delante de una urna. España, una mitad de España, el domingo votó ebria de confusión y portando una moral sintética perfectamente trazada por la televisión, las redes y verdades tóxicas fruto de mentiras mil veces repetidas. El problema somos nosotros, una sociedad «gilipollizada» que ya no sabe distinguir el bien del mal.

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