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Salamanca. Martes 30 de enero. Sol y una temperatura casi primaveral, otro pretexto para los guerrilleros del cambio climático. Después de atentar contra La Gioconda, ¿qué harán ahora? ¿llenarán la Luna de grafitis o de huertos urbanos?, ¿quizás apagar el sol con un retén de bomberos «woke» en bañador? No se me ocurre el próximo disparate.
Casi nadie en la ciudad, tónica habitual: más locales cerrados, calles vacías por culpa de una peatonalización que sólo ha traído miseria, piedra y soledad, y unos cuantos jubilados perdidos en ese aburrimiento disfrazado de tranquilidad. ¡Qué bien se vive en Salamanca!, dicen que dicen. Y ese es el escenario casi postbélico que le describo a mi amiga A, a quien me encuentro junto al edificio de La Unión y el Fénix Español y que soporta gentilmente mis lamentos, difícil no hacerlo.
También sobrevuela en el ambiente del martes 30 que en el Congreso se debate la ley de amnistía, la ley de la infamia socialista. El Congreso español, expañol más bien, parece situado a miles de kilómetros de Salamanca como una sala de ciencia ficción donde se liquida la democracia con un asalto en toda regla al Capitolio del Estado de Derecho. Luego, por la tarde, el tinglado «sanchista» salta por los aires y los delincuentes dicen no, como Amy Winehouse, no, no, no. Cuatro gatos-nazis catalanes secuestran en el Congreso a cincuenta millones de españoles y no pasa nada: los sociatas tragando, Feijóo llevándose las manos a la cabeza, y Abascal enredando. Nadie aprende salvo el PSOE, que sigue arrasando el orden institucional en su camino hacia Venezuela, capital La Habana.
No es un golpe de Estado lo que estamos viviendo, es su desmontaje programado: la Historia…, el franquismo…, la democracia... Demoliciones Sánchez y sus peones de «Mad Max» a toda pastilla. No se cortan: desde la tribuna del Congreso —el espacio más sagrado de una democracia— se insulta, se difama, se señala a jueces con nombre y apellidos, y nadie acaba esposado camino del calabozo. El nazismo entiende la libertad de expresión como le da la gana, que para eso es nazismo y a callar, sobre todo quienes somos parte de ese nuevo mundo alucinógeno que ha descubierto Sánchez, la «fachoesfera». Fue un martes bajo el sol cuando le confesé a A que necesito salir de aquí, pues en Expaña me siento como Jessica Lange en la Minnesota de «Far North».
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