Vivir es perder, dijo hace muchos años Ana María Matute en una entrevista, y la frase la hice mía para los restos. En ello estamos: viviendo y perdiendo, pues sólo los tontos pueden sobrevivir en el suspiro del día a día. Viviendo y perdiendo, y en el camino dejo ahora a Françoise Hardy, «icône mélancolique», como denominó a la cantante francesa un especial de la revista «Paris Match» el pasado enero.
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A la inmensa mayoría, sobre todo menor de 50 años, el nombre de Françoise Hardy no le dirá nada, ¿es una marca de cosmética?, ¿un «atelier» de moda en el Nueva York de 1987?, ¿quizás una «pâtisserie» del distrito XVI de París?, ¿o una joven amante de Porfirio Rubirosa? No, Françoise Hardy, la realidad de su muerte, es el mundo que se nos disuelve entre los dedos sin ni siquiera saberlo. La ignorancia nos ha hecho inmunes a toda sensibilidad, incluso a la parte ganadora de la vida.
Muere Françoise Hardy, gana el puto cáncer, y perdemos todos nosotros, residentes de un mundo devastado por la torpeza y el odio, huérfano de sentimientos y bondad, y adicto a la tontería y a los macarras del reguetón. De 1962 -cuando ella cantó en televisión «Tous les garçons et les filles»- a 2024, hemos pasado de la libertad y del poder de la juventud, a la prisión de las redes sociales y a la mediocridad como gran bastión de la democracia y el bienestar. Del amor, la melancolía y un futuro siempre mejor, a los sicarios contra la cultura y la educación.
Con Françoise Hardy también muere algo de mí, es obligado. Pero también muere algo de ustedes, pues el mundo se desdibuja como si viéramos llover incesantemente tras la ventana. Ese icono melancólico nos arrastra hacia un vacío inmenso llamado soledad, «la solitude», dicho en ese francés que es lengua oficial de los dioses.
Ahora nos quedan los recuerdos, el archivo, las canciones, las fotografías y la mitología de cada uno, fantasías tan necesarias. Escucho y veo a Françoise Hardy en un perfecto blanco y negro; una vida que brilla, también con Paco Rabanne, con Jane Birkin, con Sylvie Vartan, con France Gall y Michel Berger, con su Jacques Dutronc, con Sandie Shaw, con Mick Jagger, quien dijo de ella que era el «ideal femenino»… Y escucho y veo «Message personnel», «Le temps de l´amour», «Voilà», «Parle-moi de lui» y, por supuesto, mi adiós: «Comment te dire adieu». Cómo decirte adiós, Françoise.
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