Superado el culto a la panceta, y con la Salamanca monumental convertida en grasiento «pancetódromo», ahora vivimos en la ola de la postpanceta, que es la versión pija de la anterior, aunque nuestra realidad, salvo honrosas y anónimas excepciones, sea de cartón piedra por mucho que la vistan de seda. Pero no sólo la restauración vive en la era de la postpanceta, es Salamanca en general la que vive en esa autocomplaciente burbuja, mezcla de «El show de Truman» y «Bienvenido Mister Marshall» (¡que vienen los jeques!, ¿recuerdan?), haciendo castillos en el aire un día sí y otro también: la mejor gastronomía, la mejor Universidad, y ahora también el centro tecnológico más puntero entre la Tierra y la constelación de las Pléyades. No tenemos trenes ni de segunda categoría, estamos literalmente dejados de la mano de Dios, pero «semos» los mejores. Y así llevamos desde que Hernán Cortés dejó Salamanca en busca de fortuna y gloria.

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Pero la realidad, la cruda, es muy diferente. La ciudad se agota, la provincia -y aquí incluyo a la de Zamora, nuestra extensión natural- es hoy un enorme territorio vacío, y su posible «repoblación» sólo pasa por invocar a los dioses o algo así. Victimismo puro y duro, y ya.

Y hablando de Zamora, hace unos días un amigo me llevó a conocer el Puente Requejo, el Puente Pino que llaman también, y que yo no conocía a pesar de ser una emblemática obra de ingeniería sobre el Duero inaugurada en 1914 entre las comarcas de Sayago y Aliste. Increíble. Increíble el puente, recién restaurado por la Junta; increíble la zona, increíble que mi amigo y yo fuéramos los dos únicos habitantes de la Tierra allí plantados. O esa era nuestra sensación en un territorio que lo tiene todo para preservar el mundo real que desaparece fundido por la vida digital. Lo que llaman la «España vaciada» -en la que se encuentra Salamanca capital- tendría que reconvertirse en «reservas» de vida de una sociedad que ha hecho de la «suscripción» su único hábitat: suscripción a «Netflix», suscripción a «Amazon»…

Y hablando de Salamanca, lo de siempre: la ciudad desaparece, ¿pero es que nadie lo ve entre panceta y panceta? Hace poco se conocía el próximo cierre de «Almacenes Ara», en una calle Pozo Amarillo que del bullicio ha pasado a la oscuridad, en pleno centro. Será otro local -junto a la mítica «calleja» del desaparecido bar-restaurante «El Candil»- que coloque el cartel de «se vende o se alquila». Y esta es la realidad, el cierre de Salamanca. Sin apenas darnos cuenta.

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