Te recuerdo, Jane Birkin. Di doo dah

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Un amigo me envió el martes a las 10:50 horas el siguiente mensaje: «Buenos días. Un fuerte aplauso para mi madre que, desde las ocho y diez de la mañana ha estado esperando en Correos para poder entregar su voto hasta hace cinco minutos. Con 77 años y sentada en su tacataca hasta que le ha tocado el turno». Sin comentarios.

El domingo nos jugamos mucho más que unas simples elecciones con las que cambiar de cromos, nos jugamos el ser o no ser de nuestra escorada democracia; nos jugamos nuestro futuro inmediato, nuestro bienestar y nuestra libertad. No se lo tomen a broma, no viene el coco, el coco ya está entre nosotros: nos jugamos nuestra libertad, siempre y cuando, claro está, valoren la libertad y no sean felices súbditos de una dictadura de politicastros sin escrúpulos. Lo he repetido hasta la saciedad: a Franco no hay nada que reprocharle, fue un dictador, él nunca dijo que fuera un demócrata ni lo pretendió. Era Franco, un dictador. Punto. Lo peor viene ahora: la política actual está infectada de dictadores que se pasan la vida presumiendo de demócratas, y esto es gravísimo. Gentuza que no duda en poner en jaque al Estado para mantener el poder. Así de claro y descarnado: el resto es Zapatero hablando de las nubes, del infinito, de libros y del amor. Sabrá Zapatágoras qué es un libro…

El caso es que la mamá de mi amigo, catedrática de Francés, se pasó casi tres horas para ejercer su derecho al voto: ¿se trata de votar o de ir a la guerra de Ucrania? Y subrayo lo de catedrática porque después de toda una vida entregada a la educación de este país, te encuentras sola en una oficina de Correos con el espíritu de quien sube al Everest con tacataca. Alpinismo de riesgo para votar, un derecho, dicen, como lo tiene Txapote, pues esta es otra: ¿cómo es posible que los presidiarios mantengan el principal y más sagrado derecho? Que les pongan piscina, sala de videojuegos, chicas de compañía y pastelitos «Tigretón», tiene un pase, pero que voten, no. Un presidiario en el momento que entra en la cárcel no es un ciudadano, es sólo una persona, a ver si aclara conceptos la banda de legisladores que saca brillo a los escaños del Congreso.

«Señora con tacataca» se llama el cuadro que representa la lucha de nuestra democracia por sobrevivir en la España bolivariana. Gracias por su heroico voto, señora. Un aplauso.

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