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El miércoles 10 de enero de 2024 se produjeron en el Congreso de los Diputados (celebrándose la reunión en el Senado) varios debates. El primero en torno a las enmiendas a la totalidad de la ley que pretende amnistiar a los golpistas catalanes (debate que no tuvo ningún eco mediático) y otro respecto a tres decretos-ley que ha presentado el Gobierno de Sánchez (que, por cierto, viene usando y abusando de este procedimiento legal que acorta las discusiones parlamentarias y elude los informes del Consejo de Estado y de otros estamentos).
Durante esa tarde del miércoles los espectadores asistimos a un cambalache entre el Gobierno de Sánchez y sus amigos separatistas de Junts. Luego vimos en televisión a Pedro Sánchez lleno de felicidad y sonrisas asegurando que «es bueno lo que bien acaba». Y yo me pregunto, ¿qué es lo que acabó bien? Porque lo que allí se vio fue a un Gobierno implorando de rodillas su voto (en realidad su abstención) a un grupo parlamentario mínimo (siete diputados) que se ha hecho dueño del cotarro gubernamental. Un dibujo que por mucho que lo intente Sánchez difícilmente podrá convencer de que esa bajada de pantalones no se ha producido.
Y uno no puede imaginarse cuánto tiempo va a durar esta siniestra deriva política. ¿Qué van a pedir los separatistas para aprobar los próximos presupuestos generales? Pero lo peor de todo lo ocurrido ese miércoles está en que no podremos saber qué es lo que está detrás de esos acuerdos con los separatistas. Esta ocultación ha llevado de inmediato a las más diversas especulaciones en torno a las afirmaciones de Junts y los desmentidos del Gobierno. Un paisaje y un paisanaje detestables.
En cualquier caso, según muy bien ha señalado el profesor Francesc de Carreras, «los excesivos riesgos tienen, a la corta o a la larga, sus costes, a veces muy altos. Y Sánchez quizás está empezando a pagarlos, ya asoman las canas en su pelo. La política tiene sus reglas y él no ha cumplido con casi ninguna, se las ha saltado olímpicamente».
Y es que, aparte de Puigdemont, está también Podemos, una dificultad más para el Gobierno, y no menor. A Podemos seguirán otros (ay el PNV, especializado en traicionar a sus socios).
La famosa coalición Frankenstein de la que nos habló Alfredo Pérez Rubalcaba está mostrando su verdadero y despreciable rostro. Y yo creo que ya no le va a valer a Sánchez el cuento que tan útil le fue de cara al 23 de julio: «O Gobierno de progreso o derecha extrema y extrema derecha».
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