El pasado 5 de octubre, Elisa Chuliá, profesora de la UNED, publicó un artículo en El Mundo en el que decía, con mucha razón, que «las claves de la natalidad hay que buscarlas en la maternidad». Muy cierto. Pero, ¿cuántos hijos desean tener las jóvenes españolas? Según las encuestas sobre fecundidad del INE, desean tener más del doble de los que luego tienen. Pero también es verdad que, como ha escrito Chuliá, «la concepción ha dejado de ser un destino para convertirse en una elección». La mujer no es un sujeto social en busca del empoderamiento de género o de cualquier otro objeto colectivo. Hoy incontables mujeres toman decisiones en función de sus preferencias y circunstancias.
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En España, el mayor número de nacimientos se produjo en 1964, con 2,96 hijos por mujer, dando a luz a los más de trece millones de baby boomers. Sin embargo, sus nietas no van a llegar ni a la mitad de aquella fecundidad. En efecto, durante 2021 España ostentó por quinto año consecutivo un indicador inferior a 1,2, el más bajo de la Unión Europea salvo Malta.
Chuliá escribe a este propósito:
«España destaca en el mundo por su elevada esperanza de vida, y también por tener uno de los indicadores de fecundidad más bajos, con una edad media de las mujeres al nacimiento del primer hijo de las más altas (31,6 años)».
Lo deseos de las mujeres españolas que eliminarían los problemas de nuestra baja fecundidad (envejecimiento, soledad en edades avanzadas, etcétera) están topados porque no cuentan con cantidades suficientes de los cuatro recursos necesarios para la crianza: vivienda, dinero, tiempo y esfuerzo. Y en palabras de Chuliá, «cuando los progenitores son dos, la proporción de recursos que cada uno aporta es menor que cuando solo es uno, pero, aun así, la inversión en niños resulta muy costosa y, por lo general, más onerosa para las madres que para los padres». Pero lo que más eleva el coste de esa inversión es un mercado de trabajo —basado en un tejido empresarial con un gran número de empresas de pequeño tamaño y reducida productividad— que no facilita la consolidación de puestos cuyas condiciones de retribución y duración de jornada permitan crear una familia sin problemas.
Creo que tiene razón Chuliá cuando anuncia que todo indica que la baja fecundidad responde al desistimiento de la maternidad por las múltiples restricciones que impone el entorno laboral, económico e institucional. Pero esa bajísima natalidad es un problema que pagaremos muy caro en el futuro.
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