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He de reconocer que Pedro Sánchez no deja de sorprenderme. Así ocurrió el lunes 29 de mayo cuando, sin pasarlo por su Gobierno ni dar cuenta al Rey, anunció la disolución de las Cortes y convocó elecciones para el 23 de julio de 2023. Y más cuando reunió a los diputados y senadores de su cuerda para que lo recibieran —de pie y aplaudiendo— después de una derrota espectacular de la cual, según él, no tenía ninguna responsabilidad el presidente del Gobierno.
Sin embargo, Alfonso Guerra sí parece haberlo entendido:
«Sólo era posible prever [la reacción del presidente] si se tiene claro que todos los movimientos de este están originados en clave interna de partido, pues sabe que si pierde el poder en el partido, lo pierde todo. Por eso comprendió que tras la derrota de muchos candidatos socialistas con buena gestión, todas las miradas se dirigirían a quien había convertido la campaña electoral en una prueba sobre su capacidad de solventar los problemas que había generado su política de alianzas. El presidente se percató de que solo había una forma de trocar las lanzas en aplausos: convocar elecciones…».
La lógica previsión de un Comité Federal exigente de la responsabilidad de la derrota se transformó en una ficción.
Pero de aquel discurso ante los diputados y senadores se deduce que Pedro Sánchez pretende montar un nuevo frente popular al estilo de 1936 que «haga frente a la derecha extrema y a la extrema derecha que quiere reproducir en España a Bolsonaro y a Trump».
Mas uno mira las caras y los discursos de Feijóo y de Abascal y no ve en ellas sino reflejados todos los rostros de la mayoría de españoles que están hartos de los discursos gubernamentales, de las belarras (o tabarras) del Gobierno, de los disparates de Bildu o de ERC y de las amenazas de sedición (que ha desparecido del Código Penal para facilitar los golpistas catalanes que lo vuelvan a hacer).
El frente popular de 1936 trajo meses después una terrible guerra civil, pero este de Sánchez sólo traerá su salida definitiva del Gobierno y yo espero que también de la política española.
Recurro otra vez a Alfonso Guerra:
«En la vida política cabe toda crítica por aguda y grave que esta sea, pero ha de basarse en no negar la legitimidad del contrario. Si la estrategia es calificar de fuera del sistema a todo el que no está conmigo, pero se 'normaliza' a los que se declaran dispuestos a destruir el sistema, es fácil entender que crecerá la polarización descalificadora de los unos y los otros».
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