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En 1947 (yo tenía 6 años) ocurrieron unos desastres en mi vida de los cuales nunca he podido recuperarme: mi madre murió tras dar a luz a mi hermano Fernando, a quien la comadrona había destrozado la vida.
Tras quedarse viudo, mi padre se trasladó con sus dos hijos a la casona familiar de Guarnizo, al fondo de la bahía de Santander. Yo asistí allí (entre los seis y los diez años) a la escuela y, como refuerzo, mi padre contrató a una joven maestra que venía varias tardes a darme clase.
Mucho más tarde apareció por allí una novia y con ella se casó mi padre el 15 de octubre de 1950, día de Santa Teresa de Jesús, en la basílica de Covadonga. Se celebró ese día porque la «novia» se llamaba María Teresa Olimpia García Toral. Había nacido en Gijón y era compañera de trabajo de mi padre en Banesto.
Alicio, el hermano de Olimpia, firmaba como Garcitoral, también había nacido en Gijón, en el año 1902, y murió en el exilio norteamericano con 102 años. Durante II la República llegó a ser un miembro destacado del Partido Radical-Socialista (era entonces el único partido socialdemócrata) y colaboró estrechamente con su líder, Marcelino Domingo. Alicio fue el primer gobernador republicano de la provincia de Cuenca.
Así veía Cuenca, capital, el gobernador: «Cada calle, un momento del pasado, un color, un aroma, hasta un sabor. Cada piedra, una hora de vida. Cada casa, la leyenda de una generación».
Cuando dejó Cuenca, Alicio Garcitoral pasó a ocupar un alto cargo en el Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Luego publicó una novela titulada, irónicamente, «El crimen de Cuenca».
En esa novela están el dolor, la amargura y la impotencia de quienes luego recibirían el nombre de «Tercera España». Un espectro político, esa «Tercera España», la de los auténticos demócratas, en la que también se inscribe una pléyade de escritores que acabaron exiliados, desde Max Aub a Chaves Nogales, entre los cuales se encuentra este notable «desconocido» que se llamó Alicio Garcitoral. La guerra les dejó sin patria, sin lengua y sin oxígeno. Pero lo más admirable es que siguieran escribiendo para cuando llegara la hora del retorno… y del reconocimiento. Aunque cuando esa hora llegó estuvieran ya muertos o definitivamente trasterrados. Tal fue el caso de Alicio Garcitoral. Su obra (novela, periodismo, ensayo…) apenas es conocida hoy en España, pero fue amplia y valiosa.
Muy probablemente yo hubiera conocido y tratado a Alicio si no hubiera sido por una guerra que nunca debió haber comenzado.
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