En 2022 la Agencia Efe publicó una encuesta realizada a 60 jóvenes de entre 22 y 24 años en la que una de las preguntas fue ¿Quién fue Miguel Ángel Blanco? «Me suena el nombre, pero no sé quién es» fue la respuesta de cinco de ellos. Seis de cada diez personas de menos de 35 años no acertaban a identificar quién había sido Miguel Ángel Blanco al referirles su nombre o al enseñarles su fotografía.
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En julio de 2022, sólo 25 años después de aquel asesinato, aunque se había ganado la batalla contra el terrorismo de ETA, se había perdido la memoria colectiva.
Se ha olvidado porque también se ha ido fomentando ese olvido. Las sucesivas generaciones de jóvenes crecen hoy sin conocer la dura presencia del terror, todas esas familias destrozadas y las vidas robadas a punta de pistola o en la humedad de un zulo.
Pero debemos saber que el independentismo, según el notable escritor Joaquín Pérez Azaústre, «es un sentimiento artificial que no está en la osamenta ni en el tejido emocional de ningún territorio si no se ha diseñado una estrategia previa. La independencia es una construcción intencionada que se ha cimentado no sólo con las políticas nacionalistas de los gobiernos autonómicos de Euskadi o Cataluña, sino también por la cobertura de una ley electoral que las ha hecho posibles desde el comienzo de la democracia hasta el presente».
En efecto, los partidos políticos de ámbito nacional no han visto lo que se nos venía encima hasta que los separatistas catalanes pusieron en marcha el procés. Por eso nunca abordaron la necesidad -hoy ineludible- de cambiar la ley electoral.
También hemos olvidado que hasta hace poco tiempo ningún español lo era tanto como los vascos. Así lo comprobamos en las novelas de Pío Baroja o en los poemas de Blas de Otero y en Unamuno: vasco y español universal.
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La violencia con fines políticos siempre fue rechazada por la sociedad vasca, hasta que se diseñó un cambio de mentalidad desde el terrorismo, para ir tejiendo una argamasa ciudadana que justificara los atentados y los secuestros, pero no es la primera vez que se utilizan sentimientos viscerales para engañar a la población. Los lazos de auténtica unión cultural, territorial y emocional se cimentan durante siglos, mientras que el rencor identitario y el desprecio al distinto apenas necesita un empujón para nacer y desarrollarse.
Pero todo nacionalismo es una gran mentira, puro humo. Y en el mundo actual, más todavía. Por eso les vamos a ganar.
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