No lo soy, pero si lo fuera tendría que pensar un buen rato para decidir qué hacer, y la primera incógnita a despejar es si es mejor ir a unas nuevas elecciones o meter a España en una dinámica sanchista-separatista capaz de destrozar nuestra Constitución y nuestra democracia.
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En cualquier caso, Feijóo -que ha ganado las elecciones el 23 de julio- tiene derecho a intentar su investidura y lo debe ejercer. Mas si no sale elegido presidente del Gobierno ha de preguntarse si el mal menor es ir a unas nuevas elecciones y si la respuesta fuera preferir unas nuevas elecciones en las cuales el responsable del desaguisado, que es sin duda, Sánchez, saldría muy probablemente trasquilado, el PP tendría que moverse.
Pues bien, para provocar unas nuevas elecciones sería preciso conseguir que el Frankenstein necesario para Sánchez se quedara sin una de sus patas. ¿Y por qué puede ocurrir algo así?
Pensemos en el talante político y moral de, por ejemplo, el aprovechategui PNV que a cambio de cualquier prebenda política o económica puede muy bien jugarle una pasada a Sánchez absteniéndose en la votación con cualquier pretexto. Tampoco el partido del fugado Puigdemont es sanchista. Es más, mis amigos catalanes dicen que estos malos herederos de CiU odian a Sánchez y no le van a perdonar que apoyara en su día la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Por otro lado, las rencillas entre ellos y ERC no harán sino ahondarse después del desastroso resultado electoral de estos últimos en las generales. De hecho, el separatismo catalán ha tenido los peores resultados desde la llegada de la Democracia y a ese desastre no van a ser inmunes quienes están en las bases de las dos formaciones separatistas.
O sea, que hay mucha tela que cortar en ese laberinto que pasa por Waterloo, lugar donde hasta Napoleón perdió definitivamente su bicornio. A Feijóo y a su partido también les queda mucha tela que cortar y no poca diplomacia y, con perdón, mano izquierda que manejar. Hoy dispone de un poder autonómico y municipal de un tamaño que no ha tenido nunca, y ese poder también puede jugar su papel en ese laberinto desde el cual se ve el infierno en el cual nos quiere meter Sánchez.
Y finalmente la UE no verá jamás con buenos ojos que un país como España quede prisionero de gentes que desean la destrucción de su convivencia democrática y meter a España en una auténtica guerra civil, aunque sea -por el momento- incruenta.
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