Mucho más que dos paseíllos

Fue más que un doblete. Más que tres orejas, que la puerta grande y la gesta de salir de una enfermería con el cuerpo roto. Fue la manera de afrontarlo todo. Fue la forma de asimilar y salir victorioso de situaciones límite. Fue la capacidad de un torero de 16 años con mentalidad y categoría de figura. Sabía que era un día intenso y clave en su incipiente carrera y sabía que no podía fallar. Y no lo hizo. No falló en una plaza de la siempre exigente afición francesa y tampoco por la tarde en Santander, donde puso sobre la mesa los valores que hacen únicos a los toreros por encima del resto de mortales, que cobran más valor cuando los ensalza un joven que acaba de romper el cascarón pero que ya es un hombre de categoría envuelto en el cuerpo de un niño.

Por la manera de afrontar el día y solventarlo. Por saber que un torero mientras le quede un mínimo aliento no se esconde en una enfermería, aunque se salte los consejos médicos y afronte lo que para cualquiera es atropellar la razón. Eso les hace único como únicos le hace la capacidad para no defraudar a toda la gente que confía en él y a la que le ha devuelto la ilusión como hacía años que no sucedía... no solo en Salamanca. De Salamanca viajaron centenares de aficionados. Y Marco no defraudó, ni a estos ni a los miles que se sentaron en los tendidos de Cuatro Caminos en una jornada clave en su vida, en la que se probó su capacidad, en la que apareció la mejor versión de su toreo con esos derechazos con el cuerpo roto y magullado que quedarán en la retina.

Fueron los derechazos, pero sobre todo fueron los valores encarnados en un niño con mentalidad de torero los que conquistaron a cualquiera. Los que emocionan, los que cautivan y los que hacen soñar despiertos. Los que argumentan que el toreo está más vivo que nunca mientras haya un niño, un hombre, un torero que esté dispuesto a emocionar a costa de jugarse la vida. Por eso todo lo de ayer fue mucho más que un doblete.

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