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Esta semana se cumplieron 20 años del incendio de la Torre Windsor de Madrid. Aquel suceso me recuerda que, tal día como hoy, pero del año 2005, en esta misma sección llamada 'Media etiqueta', escribí una columna de titulada 'El Windsor es un nudo': una totalmente prescindible opinión en la que mezclaba los nudos de corbata con los nudos argumentales del -por entonces- inexplicable incendio de un rascacielos, y un viaje de la UDS a Lleida como hilo argumental.
Recordar un artículo escrito hace 20 años me ha llegado como un flashazo a la memoria. Parece que fue hace no tanto. Recuerdo incluso que la idea que me inspiró a escribir de este tema y no de otro fue un chascarrillo que escuche en el estadio del Lleida, cuando a raíz del incendio del Windsor se jactaban de que la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2012 estaba muy avanzada en vista de que hasta tenían encendido ya el pebetero olímpico.
Lo recuerdo como algo reciente, como si no hubieran cambiado tantas cosas, pero si echas la vista atrás te das cuenta de que somos muy diferentes.
En aquel 2005 nos estábamos acostumbrando todavía al euro porque apenas llevaba tres años en funcionamiento y algunos todavía multiplicábamos mentalmente el dinero por 166 para tener una referencia en pesetas. Los precios tampoco tenían mucho que ver con los de ahora. El café en un bar te salía a 80 céntimos y el litro de gasolina rondaba el euro.
Hace 20 años no existía el Whatsapp. Nokia era el rey indiscutible del mercado de los teléfonos móviles y los dispositivos eran cada vez más pequeños.
Por entonces casi todos manejábamos un extraño código a base de 'toques' -llamadas perdidas- para decir que habías llegado a casa, para decir que sí a algo o para pedirle al otro que llamara él. En un alarde de generosidad enviábamos SMS que costaban no poco dinero.
Lo revolucionario era chatear con el Messenger -o el IRC-, Facebook acababa de empezar y Netflix era un servicio de alquiler de películas que te enviaba los DVD a casa.
En las calles de Salamanca no había patinetes eléctricos ni carriles bici, pero aún existían las cabinas telefónicas.
Los niños jugaban al fútbol en los parques, pero no llevaban camisetas de sus clubes favoritos porque costaban un pico y no se habían popularizado las réplicas. Desde luego no llevaban las de Messi, que era solo una joven promesa que «posiblemente se quede en nada porque es muy bajito». Ni la de Cristiano Ronaldo, que no tenía ni un Balón de Oro.
La selección española era la eterna decepción. El típico equipo que cae en octavos de final y en su palmarés solo tenía una Eurocopa en blanco y negro.
Cuando salíamos a comer fuera y nos servían un plato ¡nos lo comíamos! No le hacíamos fotos. No había influencers. En nuestras discotecas ponían pop y el reguetón todavía no había cruzado el charco.
En España gobernaba Zapatero y el matrimonio igualitario acababa de legalizarse. Desde entonces ya he acudido a un par de bodas de matrimonios homosexuales y hay que reconocer que son las mejores.
Tiene su encanto la nostalgia. Dicen que el tango 'Volver' es una de las canciones más nostálgicas jamás escrita. Tiene algunas estrofas antológicas sobre el paso de los años como aquella que dice «las nieves del tiempo platearon su sien». Sin embargo, la parte que todo el mundo recuerda es la de «...que veinte años no es nada». Y eso, querido Gardel, sería en tus tiempos.
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