La Consejería de Sanidad publicó la pasada semana las cifras del convenio existente entre la Gerencia Regional de Salud y los obispados de Castilla y León para la prestación de una atención religiosa en los centros hospitalarios de la Comunidad.

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Los datos en bruto, sin entrar en explicaciones, señalan que el área de salud de Salamanca destina una media de 125.000 euros al año como contraprestación de estos servicios religiosos. Al cabo de una década han sido casi 1,3 millones de euros.

Por si hay una pregunta en el aire -cantaba la Pantoja-, el capellán del Hospital de Salamanca, Fernando García, explicó de manera detallada en qué consiste esa 'atención religiosa en hospitales': cuántos religiosos participan en estas tareas, a cuánta gente ayudan, si llegan solo a los creyentes o a cualquier tipo de usuario, qué tipo de acciones acometen dentro de un hospital… El capellán responde a todo lo que se le pregunta con la sinceridad del que no tiene nada que disimular y el orgullo del que sabe que su labor merece la pena. En mi opinión, de 'chapeau'.

Unos días después me remiten un artículo de opinión escrito por el vicario general, Tomás Durán Sánchez, en el que reflexiona sobre la noticia de la colaboración económica Sacyl-Iglesia y expresa un cierto descontento con cómo se ha enfocado el tema.

El vicario recalca que todos los datos aportados son ciertos, pero deja entrever que no es partidario de dar cifras objetivas y mesurables en un ámbito como el de la religión. Dice: «Cuantificar la acción pastoral de la salud en los hospitales, aun con datos ciertos, no parece el mejor modo de presentar la acción pastoral que allí se lleva a cabo. La «eficacia» pastoral no se mide por cifras».

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Me atrevería a decirle a Tomás Durán -con respeto- que se confunde. El vicario cree firmemente en lo que dice -obvio-, pero lo que cada uno de nosotros podamos creer no siempre suena tan contundente en los demás.

Su mentalidad interpreta que no existen escalas para medir la fe, ni ratios que le pongan precio a la labor de Dios. «No veo a los párrocos agradecer el impagable servicio de catequistas, voluntarios de caridad, animadores de tiempo libre, cuidadoras y visitadores de enfermos, voluntarios en la cárcel… diciendo que «han tenido 6.700 horas de catequesis», escribe.

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No están las cosas como para que la sociedad -en este caso un grupo parlamentario- te haga una pregunta y la respuesta sea «es que Dios…». Todo lo contrario. Las cosas están lo suficientemente enfangadas como para que te salga el político oportunista de turno a decir: «¿Cuántos médicos se podrían haber contratado con el dinero que destinamos a curas?» Y llegados a este punto es cuando hay que explicar a 'cuánto sale una unción de enfermos en el Hospital de Salamanca', como dice el vicario en su reflexión. Es cuando realmente conviene explicar que si un hospital quiere tener a un trabajador social visitando a más de 15.000 pacientes cada año -sin contar familiares- es muy probable que le salga a más de 125.000 euros.

Lo de la fe va aparte. La población cristiana tiene derecho a recibir la eucaristía, a confesarse o a comulgar, -independientemente de que se encuentren en una situación de ingreso- y para eso también hay cifras que justifican toda esa labor.

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Una cosa es no perseguir medallas -hay entidades colaboradoras con hospitales que reciben reconocimientos a su trabajo- y otra cosa es pasar por alto que todo lo que realizan los religiosos dentro de los hospitales es una labor social valiosa, aplaudida, agradecida por creyentes y no creyentes, demandada…y cuantificable.

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