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Me escribí con José Bretón durante algunos años. La primera carta se la envié al poco de entrar en la cárcel, mucho antes del juicio. Para entonces, todos los que conocíamos los detalles de aquella investigación, sabíamos que Bretón era el autor de aquella atrocidad.

No es fácil asumir que un padre puede ser capaz de semejante aberración. Por eso, busqué un ápice de humanidad en el monstruo. Intentaba conseguir un titular y desvelar la verdad, como periodista. Y también, por qué no decirlo, creía que una confesión podía aliviar, en cierta manera, la penitencia que iba a sufrir aquella madre y su entorno, durante un juicio muy mediático. No lo conseguí. Bretón me respondió con teorías de la conspiración y me retó a ir a verle a la cárcel. Por supuesto que acepté, pero nunca llegó a autorizar el encuentro. Imagino que porque jamás encontró en mis respuestas un mínimo signo de compasión o de empatía.

Un par de años después fue condenado por un jurado popular a 40 años de cárcel. Volví a la carga pensando que la dureza de la condena, le llevaría al arrepentimiento. Ruth, su propia familia y quizá también la sociedad, necesitaban cerrar una historia que nos había traumatizado a todos. Y además, buscaba sumergirme en la mente de un criminal despiadado, capaz matar a sus hijos, para hacer sufrir a su ex mujer de por vida. Tampoco lo logré. Utilicé aquellas cartas para dibujar su perfil, pero nunca serví de altavoz de sus reproches o de sus intentos de seguir martirizando a la madre de sus hijos desde la cárcel. Le dibujé como lo que es, un tiparraco vulgar, insustancial, narcisista y profundamente malo. Un engendro que se ahogaba en sus manías, como la de limpiar todo lo que tocaba de forma compulsiva o la de taponarse los oídos mientras comía, para no escuchar masticar al resto.

Después de un tiempo dejé de responderle, aunque él insistió. Me reprochaba que no tuviera el valor para contar lo que él me decía y me intentaba engañar diciéndome que si lo hacía, me seguiría dando más información. Le ignoré. Muchos años después he presenciado aturdido el escándalo que se ha formado en torno al «Odio» de Luisge Martín. El libro en el que confiesa los crímenes. No entiendo a todos los que han salido a linchar la obra, salvo a la madre. Muchos consumen series y libros basados en hechos reales de forma compulsiva. Tampoco a los libreros, que han amenazado con su boicot. Como si un vendedor tuviera que estar de acuerdo con todo lo que hay en su escaparate.

Me quedaré con las ganas de sumergirme en sus páginas. Solo así sabría si pretende ser el altavoz de un animal o el retrato un engendro. Si es lo último lo aplaudo, si es lo primero lo repudio. Pero para eso tendría que poder leerlo.

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lagacetadesalamanca El odio de Bretón