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Yo nunca le daría la mano a nadie de Bildu. Esas manos tienen un pasado manchado en sangre demasiado reciente y mucha culpa aún sin purgar. Sus dedos han servido para señalar a víctimas y para disponer de sus vidas con la misma facilidad, con la que se levanta un pulgar o se gira hacia abajo. Cuando se ofrece la mano a alguien se suele mirar a los ojos. A mí me bastaría con ese momento para transmitirles la profunda repugnancia que siento por los que un día las utilizaban, para empuñar pistolas o poner bombas. Basta con una mirada para transmitir la aversión a quienes convirtieron el asesinato, el secuestro y la extorsión en una forma de vida. También para aquellos que se hicieron cómplices viviendo del odio, mirando a otro lado, callando, acosando a las víctimas o señalando a los que discrepaban. Y, por supuesto, en esa mirada fija no me olvidaría de los que colaboraron o no lucharon contra la creación un clima social, en el que se llegó a normalizar la barbarie como rutina.

Ayer Sánchez, le dio la mano a los de Bildu. Es el primer presidente del gobierno que se presta a hacerse esa foto. Él sabrá. Lo hacía justo una semana después de que aparecieran atacados con heces y con pintura el monolito de Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez, asesinados por la banda terrorista ETA en Vitoria. También habían profanado la tumba del dirigente socialista. Hace solo siete días, los de la foto con Sánchez se negaron a firmar la declaración de condena en el Ayuntamiento de Vitoria, porque preferían la palabra «rechazo». Tampoco había que esperar nada.

Ninguno de grandes mandos de Bildu ha condenado nunca el rastro criminal de la banda terrorista ETA. Tampoco los hay que colaboren en esclarecer los casi 400 casos que quedan sin resolver. Están muy ocupados en seguir organizando homenajes a los terroristas que vuelven a casa, para disfrutar de la segunda oportunidad que les negaron a sus víctimas o a sus familias. Muchos de ellos, ya viven de un cargo y un sueldo público, pagado por el Estado que rechazan y al que tantas veces intentaron destruir. Y tienen más cerca que nunca la posibilidad de ir regando de beneficios penitenciarios a toda esa tropa de asesinos, que claman por la generosidad de un sistema con el que nunca tuvieron compasión.

Ayer Sánchez, el que negó una y veinte veces que fuera a pactar con Bildu, se reunió con ellos para llegar a un acuerdo. Y les ofreció la mano en el mismo instante en el que ellos la extendían. Podía haber forzado y dejar que fueran ellos los que la ofrecían primero, pero lo quiso naturalizar. No hubo ninguna cara de circunstancias como la impostada hace cuatro años por Adriana Lastra y Rafael Simancas. Ahora toca la sonrisa y darles la mano. Yo nunca se la hubiera dado.

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lagacetadesalamanca La mano a Bildu