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Impartir justicia debe ser extremadamente complicado. Por eso la oposición a la judicatura es de las más difíciles que convoca el Estado. Llegar a ser juez supone años de vida monacal y conlleva muchos sacrificios en plena juventud para aprobar un examen, que los llevará dos años a una Escuela Judicial, antes de acceder a su primera plaza.
He conocido a muchos magistrados y he asistido a muchos juicios y desde luego hay personalidades de todo tipo. No debe ser fácil tomar decisiones a diario sobre la vida de las personas. Pero lo que he visto, en casi todos ellos es la vocación, la voluntad de ser imparciales, la independencia, la firme disposición a no atender a presiones externas y el tremendo respeto por el trabajo de sus compañeros y por la propia Justicia.
El sumario del 1 de Octubre, que acabó con la condena de los cabecillas del «procés», contenía 200.000 folios que ocupaban 7 bancos del Tribunal Supremo. Durante las 52 sesiones del juicio, declararon 422 testigos, además de los imputados. Todo ello acabó reunido en una sentencia impecable de 500 folios, estudiada palabra a palabra, por los siete magistrados del Supremo que la firmaron, para evitar cualquier ápice de duda, sobre un proceso que iba a remover las estructuras del Estado. Los siete magistrados, presididos por Manuel Marchena, sabían que estaban en el foco y que el más mínimo error, se utilizaría para manchar el nombre de la institución.
Por eso me llama poderosamente la atención la posición de algunos jueces ante la amnistía pactada ahora, a cambio de la investidura. Me cuesta ver a magistrados como Margarita Robles, Grande- Marlaska, o la ya amortizada Pilar Llop ponerse de perfil por mera sumisión política. Ellos saben mejor que nadie, la cantidad de trabajo que un vaivén político va a tirar a la basura. Conocen el peso de una sentencia judicial que va a ser barrida por el simple argumentario de un partido político, al que le conviene en tiempo y forma convertir el proceso en papel mojado. Otros como Juan Carlos Campo se apartan por escrúpulos y hay quien aguanta como Conde-Cumpido, al que ya muchos consideran más político que magistrado.
Quizá para un juez lo más complejo sea juzgarse a sí mismo. El poder puede cegar cuando baja la ética y sube la estética. Aspirantes a estrella los hay en todos los sectores. El primero que marcó la senda fue Baltasar Garzón cuya biografía es de sobra conocida.
Hace ya bastante tiempo me leí uno de sus libros «Un mundo sin miedo» en el que habla de sus primeros pasos en la Audiencia Nacional. Ayer ojeándolo otra vez, encontré un párrafo en el que el exjuez asegura que Ernesto Sábato le hizo comprender que «el olvido es el elemento básico de la impunidad». Ahora Garzón firma manifiestos a favor de la amnistía.
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