Dice mi colega y amigo Chapu Apaolaza que «hay dos Españas porque con tres la gente se hace un lío». Y ahora ya no son ni siquiera tres, porque las urnas han parido tantas Españas que ya no se entiende el país sin calculadora.
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A un lado tenemos a la España del PP, enfadada con el resultado después de ser alimentada con unas fallidas encuestas, que coincidieron casi todas en el error. Esa España, cegada por las expectativas, no se explica por qué hay gente que soporta a Sánchez, mientras reivindica a la lista más votada, obviando que, por ejemplo, Ayuso y Almeida llegaron a donde están sin ganar sus primeras elecciones.
Al otro tenemos a la España socialista. Eufórica porque esperan que su líder sea, otra vez, capaz de exprimir los números y las cesiones para seguir en el poder. Esa es la España del clavo ardiendo, porque la aritmética es tan ajustada y los socios de tan dudosa reputación, que el poder no es más que un asa incandescente, que seguramente les llevará a quemarse pronto en una legislatura corta.
Después tenemos a la España de los votantes de Vox, que achacan su caída al llamado voto útil, sin saber muy bien si su existencia es de más utilidad para echar a Sánchez o para eternizarle en el poder. Y también está la España de Sumar, ese partido que ha empeorado los resultados de sus antecesores, después de purgar a casi todos sus antiguos dirigentes y que tiene la habilidad de no aparecer como un extremo aunque lo es, y de pactar con otros que también lo son, sin sombra de sospecha.
A estas alturas del artículo llevamos ya cuatro Españas y sin embargo hay muchas más. Está también la de aquellos que viven de ella, a pesar de que la quieran destruir. Ahí entran los independentistas catalanes que exigen la amnistía y la autodeterminación, sin haber sido capaces de reunir ni al 30% de los votantes de su región. También está la de los indecentes de Bildu o la de los nacionalistas del PNV, que siempre miran la cartera antes de apoyar a alguien. Y está además, la España del BNG o la de los canarios, de los que todo el mundo se adjudica su voto sin preguntarles.
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Por si estas fueran pocas, para alimentar más el lío, tenemos otras Españas. Está la de los que no fueron a votar porque confiaban en el buen criterio de los demás o la de los que pasan de la política y luego se quejan. Y así podríamos seguir hasta el infinito.
Son demasiadas Españas y «más de dos son un lío», aunque la mayoría de los problemas vengan por la incapacidad de los grandes partidos de ponerse de acuerdo. Así que estos días mejor encomendarse a la playa, al chiringuito, al pueblo o al descanso donde sea. Eso al menos, nos une a casi todos. Y ya veremos a la vuelta…
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