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La suelta de políticos de nuevas siglas a la que hemos asistido tras los años de bipartidismo, ha acabado llenando los púlpitos de la democracia de arrogantes y bocazas. No ha mucho que los de Vox se paseaban por las plazas de la España patria con sus discursitos de redención, ofreciéndose a reconquistar los paraísos perdidos de un país en decadencia. Se les sospechaba gallardos y dispuestos a llamar al pan, pan, y al vino, vino. Al fin y al cabo, el electorado estaba harto de no tener líderes honestos, de los de 'como Dios manda', que pudieran ilusionar y poner freno a desmadres y corruptelas. Pero ahí estaba la cruzada de Vox para resolver el asunto. Los de Abascal se anunciaron para poner del derecho todo lo que estaba del revés. Y así fueron haciéndose un huequito en el reparto de los patios. Y así pronto aprendieron a defender sus cogobernanzas con salidas de tono y dando dentelladas a diestro y siniestro. Y así comprendieron que en la supervivencia política no tienen cabida los pacatos ni los mudos, sino los que consiguen darse publicidad con toda suerte de artillería verbal, caiga quien caiga y desde cualquier atril.
Ignoro si Abascal había preparado la bala antes de cruzar el charco para reunirse en Washington con Trump. Ignoro si en su mente ya tenía a la Universidad de Salamanca como objetivo cierto. Sea como fuere, solo le hizo falta el subidón de verse ante un expresidente de los Estados Unidos de América para apretar la lengua y meterle el tiro por el pecho al Estudio Salmantino y a su reputación. ¡Hace falta ser atravesado y tener mucho malaje para irse tan lejos por mé de ponernos a parir, señor Abascal!
La Universidad de Salamanca, además de ser el mejor altavoz que lleva el nombre de Salamanca por el mundo, es pulmón de una ciudad que presume orgullosa de ser universitaria y donde respiran jóvenes de todo origen, color y pensamiento para encontrar su futuro en libertad. No tenemos «comisarios perturbados», sino hombres y mujeres altamente cualificados que se esfuerzan por ofrecer conocimiento y forjar investigadores, médicos, humanistas, matemáticos… y hasta pensadores que no se dejan adoctrinar. Don Miguel de Unamuno, por poner un ejemplo. Pasado mañana, miércoles, recibirá a título póstumo el Honoris Causa por la Universidad de Salamanca. Pasado mañana su voz volverá desde su sombra para recordarnos aquello de que «en España hay una epidemia de locura». Fue a finales del 36, cuando él se preguntaba por el porqué de tales delirios furiosos y se dolía por las estampidas de palabras de 'los hunos y los hotros' que precedieron a los tiros.
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