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Ya están bendecidas las gargantillas de san Blas y muchos son los que se han atado la cintita al cuello para proteger su garganta de males y que no se le apague la voz o se le ahogue el grito. Aunque ya tengamos conciencia de que lo que el pueblo diga, por lo bajo o a pleno pulmón, cada vez cuenta menos para los que (des)gobiernan nuestro destino. Aun así, Salamanca capital y su provincia han querido seguir manteniendo esta antigua tradición a pesar de que los nuevos tiempos no confíen mucho en los cuentos ni en los milagros de los santos. Pero algo tendrá san Blas cuando lo bendicen y los pueblos lo alzan en andas y sacan en procesión. Tal como están de mal las cosas en el devenir y futuro del campo, no hay que desdeñar todo tipo de recursos o devociones y, además, a día de hoy, cuidar la garganta se hace imprescindible para que agricultores y ganaderos puedan seguir desgañitándose ante sus sordas señorías, por ver si acaso los gritos acaban reventándole los oídos, y estas deciden de una puñetera vez hacerse eco de sus reivindicaciones y buscar soluciones razonables a sus problemas.

Que los productores del campo español están con la soga al cuello, es noticia de hace ya mucho tiempo. Un drama que se ha ido magnificando con muchos san Blas por medio y los despropósitos de los que se han ido sucediendo en las carteras ministeriales, sin tener ni papa de campo, pero con la ambición de hacer carrera poniendo en marcha campañas nefastas y ocurrencias que en muchos casos han llegado al delirio. Y así hasta alcanzar este san Blas del 24, en el que la voz del campo español -¡harta!- se ha decidido a salir del surco y trasladarse hasta donde haga falta para hacer pública su agonía.

Los tractores españoles están ya preparados y van a rugir como fieras para intentar salvar al sector primario que representan. Detrás de ellos está la voz de miles de mujeres y de hombres que trabajan, de sol a sol y sin días de fiesta, para que la España rural sobreviva y la otra España coma. De nada sirven catas programadas de tomates para despistar e intentar aflojar la cuerda. De nada que quiera politizarse el asunto con que si los manifestantes representan a tal o cual bandera de partido. Son las estrategias de costumbre y las excusas de siempre cuando por los pasillos y despachos de la Administración se cuela el primer rumor de la gresca. ¡Ya callarán!, dirán con indolencia e insolencia algunos. Pero nada de esto importa ahora a los productores del campo. Cuando uno se sabe con la soga al cuello, lo único que puede hacer es pedir auxilio, sin más armas que el «grito pelao».

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lagacetadesalamanca Con la soga al cuello