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Tal como anunció en el Liceo, el pasado martes, Julio López Revuelta, pregonero de la Semana Santa 2025, la Salamanca cofrade ya está pisando las calles, aunque este año las lluvias nos tengan en vilo. El pregón viene a ser una invitación a participar de un tiempo de Pasión que igual llama a devotos y personas de paso. Nadie ha de sentirse excluido. La laicidad de un estado no puede despreciar a los que se piensan en la libertad de Dios, sea cual sea el orden social imperante del momento. Y esto no vengo a decirlo yo, sino que ya lo hicieron los grandes hombres de la Escuela de Salamanca hace cinco siglos. Un grupo de teólogos y juristas —Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, entre los más nuestros— que fueron capaces de reconciliar las difíciles relaciones que siempre se dan cuando hay que meter en el mismo saco a Dios, los hombres, el dinero y los derechos. Un conflicto para el que, mal que nos pese, siempre habrá que estar buscando respuestas. Porque debatirse entre lo profano y lo sagrado es inherente al ser humano, y, además, son muchas las bestias del Apocalipsis que hoy en día andan por el mundo sueltas.

Pero es Lunes Santo y no quiero dejar en sus oídos sonando fatídicas trompetas. Mejor los ecos de las palabras de un pregonero que llegó al Liceo con la fe de un «creyente imperfecto» y «cofrade de acera», pero también con el firme deseo de que la Salamanca cofrade, la 'de hombro' y la 'de costal', pueda convivir dentro de un mismo mensaje. Los que conocen esta guerra, rápidamente supieron de lo que Julio hablaba. En la ciudad del Tormes, como en muchas otras ciudades de España, a la tradicional carga a hombro de imágenes se ha sumado la estampa sevillana de carga costalera, y eso a los más puristas le escuece un poco. Un debate que me trajo a la memoria aquel encuentro en febrero de 2018 con Monseñor Carlos Amigo, el que fuera arzobispo de Sevilla. Una persona deliciosa al trato y extremadamente sincera en la conversación. Por nacer y criarse en Medina de Rioseco, las Dolorosas que primeramente tuvo en sus ojos eran las del luto de la Castilla Vieja y austera: vírgenes de paño negro en silenciosa noche de pobre farol. Nada que ver con las que le conquistaron en el preciosismo procesional sevillano, siempre destellando un sur que baila, reza y jalea en toda parte. ¿Qué más da eso? —nos dijo a los de la Franciscana—. Unas y otras representan a la misma Madre. El mismo mensaje que nuestro pregonero quiso dejar en el Liceo para que de allí pudiera salirse con una nueva aptitud ante la Semana Santa de Salamanca, la de todos. Alto y claro lo dijo el pregonero.

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