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«¡Ya no semos pobres, mecagoendiez!» -gritó al aire Licinio, allá por el 8 de diciembre de 1887, tras concluir la inauguración oficial de la línea de ferrocarril que unía la provincia de Salamanca con Portugal. Licinio no era sino uno más de aquellos cientos de jornaleros que hubo de abrir con dinamita 'Los túneles del paraíso' de Las Arribes del Duero: la extraordinaria novela de Luciano González Egido donde se narra la aventura humana de un sueño de progreso con el que Salamanca entraría en el porvenir del nuevo siglo. Y por eso aquel 8 de diciembre de 1887 hubo discursos, himnos, banderas, vino y bulla popular: «¡Ya no semos pobres, mecagoendiez!».

Nadie sospechaba entonces que, siglo y poco después, los salmantinos habrían de volver a la calle para reivindicar el tren y salir de su aislamiento. Nadie sospechaba que la Salamanca de todos los colores políticos y sectores productivos habría de compartir escenario para rugir contra una política de gestión de vías férreas, deliberadamente arbitraria y hostil, que la mantiene en el vagón de cola de las comunicaciones con la consiguiente pérdida de competitividad y oportunidades.

Salamanca está harta de ver cómo se suben ministros y ministriles a súper trenes que abren corredores, siempre, lejos de esta tierra. Harta de campañas electorales y promesas incumplidas. Harta de asumir resignadamente que, para «los de arriba», continúa siendo oeste y sus demandas ni son atendidas en justo plazo, ni tienen día de celebración. No, señor ministro, no. No ose venir a visitarnos si no es con la sonrisa del que trae por derecho y a buen paso los trenes a Salamanca.

Pero los trenes de verdad, no esos saldos de 'máquinas rodantes' que en el Campo Charro llamaríamos «desechos de tienta» y con los que usted quiere taparnos la boca y raposear el asunto. Porque, por si aún no se ha dado cuenta, la Salamanca de hoy ya no es aquella de gentes pobretonas que miraban aleladas las locomotoras como gigantones de hierro venidos del ultramundo.

No hay nada más que pensar, señor Puente, créame. Solo subirse al tren y traerlo a Salamanca. Somos gentes de bien y sabremos agradecer su generosidad y olvidar el descuido.

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